Estaba abriendo el paraguas para refugiarme de la lluvia de millones que acababa de anunciar el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando me he distraído con el lio del Consejo General de Enfermería, en el que Córdoba tiene desde hace al menos tres décadas un protagonismo especial (pues son cordobeses los que están al frente) y que ahora anda en un feo asunto de si se fueron de vacaciones hasta Singapur y Vietnam con la excusa de un congreso. Como si eso fuera novedoso. Quizá la novedad reside en lo tardío (el citado congreso al que solo asistió uno de los cuarenta desplazados si es verdad lo que dice la denuncia, se celebró en junio del 2019, y en esa fecha ya estaba la lupa muy puesta sobre estas actividades), pues en la actualidad las fiestas corporativas, como muy bien saben algunos sindicatos, pueden salir caras en términos de imagen.

Pues será, como dice el actual presidente del Consejo, una guerra interna por el poder, o llamémoslo chocolatera, será verdad o será mentira la denuncia, será que el denunciante de hoy es el mismo que organizó el viaje ayer y acude a los tribunales porque a su vez está denunciado con severas acusaciones por los actuales mandatarios... ya se verá. A esta firmante lo que le asombra, cada vez que surge el Colegio de Enfermería, es que una profesión claramente feminizada siga regida por varones. Le diría a las enfermeras, mujeres, que no esperen a que las cosas vayan mal para tomar el poder en su organización (hoy, en CCOO y UGT de Andalucía hay mujeres al frente, elegidas cuando la crisis casi había arrasado sus sindicatos). Se comprende, señoras, que tienen ustedes mucho trabajo, y más en estos tiempos en los que tanto las necesitamos, pero lo suyo sería que se hicieran con el control.