El ministro Castells ha vuelto a generar un gran desconcierto en la universidad. Todo empezó con un tuit en el que apoyaba a los estudiantes que se han quejado por los exámenes presenciales. Mientras los rectores lo tachan de desleal y populista, los propios estudiantes lo descalifican por llegar tarde, cuando ya se han hecho casi todos los exámenes. Si los silencios iniciales sonaron inquietantes, sus declaraciones públicas hacen que suba el pan. La gente se pregunta de qué va este ministro, cuya primera propuesta de reforma fue una bajada de tasas universitarias sin resolver el problema de financiación que se generaría. Ante la estupefacción de las comunidades autónomas y las universidades, su simple respuesta sería «Ustedes me dan un numerito y yo hablo con Hacienda». Al margen de esas dos actuaciones desafortunadas, lo cierto es que Manuel Castells parecía tener un proyecto muy claro para ayudar a la adaptación de la universidad española ante los retos del mundo actual. Lo avalaban su inteligencia, demostrada con una brillante trayectoria académica en el campo de la sociología, y su conocimiento de la vida universitaria, en particular de las universidades públicas americanas, como UC Berkeley, en la que ha sido profesor y a la que siempre ha presentado como modelo.

Si bien la precariedad de los apoyos del Gobierno y la dificultad de aprobar unos presupuestos hicieron temer que su papel se limitaría a sofocar los fuegos que el mismo iría plantando, la estabilización del Gobierno ha permitido que su universidad imaginada vea la luz y tenga una oportunidad. Las líneas maestras del plan, hechas públicas en una entrevista en El País (18 enero 2021), no dejan de ser generalidades que llevan practicándose desde hace años por gobiernos de PSOE y PP: apoyo a la investigación y la excelencia académica con becas postdoctorales en centros de excelencia y contratos de retorno, captación de talento extranjero, integración de las universidades en la red socioeconómico de su entorno, internacionalización, adaptación al cambio digital,,, Y todo eso coloreado con las propuestas típicamente de izquierdas, entre las que destaca la participación de todos los estamentos en el gobierno de la universidad y la garantía de financiación por parte del estado.

Pero ese plan de gobierno y financiación no nos lleva al modelo americano. ¿Qué Castells es este? Porque no es que a lo mejor ya renegó de su experiencia americana; es que más recientemente, estando ya de vuelta en su país como profesor de la UOC, publicaba en La Vanguardia cosas como las que siguen, en respuesta a los estudiantes que ocuparon los rectorados catalanes en protesta por el plan Bolonia y la supuesta mercantilización de la universidad:

«Hay en el mundo universidades públicas, como mi Universidad de Berkeley, que reciben fondos de investigación y becas de empresas sin comprometer la independencia y la calidad de la enseñanza. [...] En Europa las universidades son y serán predominantemente públicas. Pero para servir a la sociedad, empezando por los estudiantes, han de ser capaces de gestión autónoma, lo cual pide fórmulas jurídicas sin las trabas de la administración pública. También necesitan autonomía financiera. Y ahí hay que romper tabúes. Sería aconsejable aumentar el precio de las matrículas para que la parte más importante del presupuesto de las universidades dependa de la aportación de sus estudiantes y se vean obligadas a competir para atraer estudiantes ofreciendo mejor calidad y servicio. Precios públicos bajos para todos es una política regresiva».

Esta absoluta incoherencia no es rara. Decía Sadhguru, hablando de la teoría yóguica de la conciencia, que la inteligencia es algo útil para la supervivencia del individuo; pero que la inteligencia puesta al servicio de una identidad es un arma muy peligrosa. Si la pongo al servicio de mi familia, mi partido o mi nación, no habrá incoherencia y todo lo que diga y haga estará perfectamente justificado. ¿A quién sirve Manuel Castells?

* Profesor de la UCO