En 2004, al amparo del Patronato Niceto Alcalá-Zamora de Priego, celebramos un Congreso cuyo tema de estudio fue el de los exilios en la España contemporánea. Estoy seguro de que si volviéramos a ocuparnos del tema de nuevo, ningún miembro del comité científico que nos asesora, ni tampoco la más amplia comunidad de historiadores con la que tratamos, propondría que una de las sesiones estuviera dedicada al exilio del independentismo catalán en el siglo XXI, entre otras razones porque no se puede considerar como tal, porque a pesar de las aclaraciones que quiso hacer una portavoz de Podemos a las declaraciones de su líder, no fueron motivaciones políticas ni ideológicas las que han llevado a Puigdemont y a otros políticos catalanes a instalarse fuera de España, sino su comportamiento contrario a la ley, a la norma que habían prometido respetar. Nadie, al margen de Podemos, ha suscrito las declaraciones de Pablo Iglesias al comparar el exilio republicano de 1939 con el de Puigdemont. Quizás eso les debería hacer pensar un poco, a no ser que estén en una posición similar a la de aquella Universidad (catalana, por cierto) que se dirigió a Fernando VII con estas palabras: «lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir». Desde luego Iglesias no parece dispuesto a rectificar, y de hecho al día siguiente de su entrevista declaraba que nadie iba a conseguir que criminalizara el independentismo, cosa que nadie le había pedido, y además a la vista está que las posiciones independentistas son defendidas incluso desde instituciones de gobierno catalanas, como también lo hacen representantes municipales y cargos elegidos por los catalanes en el Congreso y el Senado.

Los exiliados republicanos utilizaron diferentes términos para referirse a la situación en la que se encontraban, no solo exiliados o refugiados, también aparecerán términos como «despatriados», y sobre todo el de «transterrados», acuñado por el filósofo José Gaos, algo equivalente al «conterrado» utilizado por Juan Ramón Jiménez. Y si aparecieron esas palabras fue porque querían destacar que no se trataba solo de un destierro, sino que su decisión había sido forzada, se habían visto obligados a salir de España, y que muchos de ellos se sintieron «empatriados» en los diferentes países de acogida. El canónigo de la catedral de Córdoba, José Manuel Gallegos Rocafull, en una conferencia en la Casa de Andalucía en México, en 1958, dirá: «El destierro no es meramente una transferencia a otra tierra, eso no sería más que un transtierro. El mismo sol, el mismo cielo, el mismo aire. El destierro es fundamentalmente una situación espiritual. El sentirse arrancado, el verse como sin raíces, porque se está fuera de la continuidad histórica en que se ha nacido y normalmente debía vivirse». Puigdemont no se vio obligado a irse, se marchó porque era consciente de haber cometido un delito, aunque este, como dijera Iglesias, estuviese «motivado por sus convicciones». No sé si en Podemos son igual de benevolentes con todos cuantos cometan determinados delitos con esa motivación, porque el resultado podría llegar a la aberración.

El contenido de la entrevista daba para mucho más que este asunto que sin embargo ha sido el más comentado. Por ejemplo, el personalismo que se deducía de buena parte de sus respuestas, o su insistencia en afirmar que iba a «hablar claro», para a continuación formular ideas un tanto infantiles, como todo lo relacionado con las presiones que se reciben, el papel que juega su partido en la coalición o quién tiene de verdad el poder. En conclusión, vimos que a Iglesias sobre todo le falta claridad en sus ideas, y aunque ha asegurado que no está dispuesto a aceptar lecciones de nadie, no cabe duda de que aún tiene mucho que aprender, si es que quiere, por decirlo claramente.

* Historiador