Hemos engendrado un mal que nos abisma: el quedarnos infantiles para manejar problemas de adultos. Con esta oscuridad invertimos nuestro tiempo en el poder de dominar a los demás y a la naturaleza, convirtiendo en virtual la realidad. Todo lo malo sucedía siempre en otro sitio; las guerras, las miserias, la pobreza. Y si por alguna fisura de esta fantasía se metía algún destello de la realidad, todo consistía en eludirla con cualquier guiño de la mente: pensamiento positivo, magia, autoayuda, fiesta; la diabólica fantasía de no querer tomar conciencia de qué pasaba. Todo convertido en un tétrico espejismo, para no saber nunca dónde se estaba, si en la vida o en la ficción. Los ahora abuelos nos jubilamos, aburridos de jugar a políticos y a profesionales, para jugar ahora a intelectuales, a escritores, a deportistas, hasta revolucionarios, y así creernos que fuimos lo que nunca fuimos y que somos lo que nunca hemos sido cuando pudimos ser. Desde esta mendacidad continua, criamos unos hijos para que siempre fuesen niños y jugasen con las mentiras del poder que les legamos, como juega un chimpancé con una bomba. Todos estábamos muy bien en el mundo de la palabrería, porque todo eran falsedades y piruetas, poses y disfraces. Pero llegó la realidad, no nuestra realidad tan calculada. Ahora la muerte no es algo en una pantalla, que podemos cambiar y apagar con un botón. Ahora estos mayores niñatos no sabemos qué hacer, cómo mentirnos, porque crecíamos creyendo que éramos más poderosos que la verdad. Nuestra palabrería y su brillo se ríen de nosotros. Y a ver cómo conseguimos asumir que el problema no es otro juego más. A ver cómo conseguimos dejar de ser este mazacote en el que nos gustó convertirnos y así manipularnos y que nos manipulasen. Ahora estos adultos niñatos nos escondemos en nuestra inercia de mentirnos y mentir, y seguimos delegando como siempre las responsabilidades que son nuestras, los fracasos que son nuestros. Ahora la cosa va en serio. Ya no nos valen las poses de sublimes, de poderosos. Ahora pataleamos si nos dicen que no podemos jugar más, trampeamos para ponernos la vacuna cuando aún no nos toca. Ahora ya no sabemos cómo poner muecas con los hoyitos y las poses para seguir camuflando nuestra ineptitud y nuestra vaciedad.

* Escritor