El mundo ha cambiado y la percepción de los reyes también. Díganme si no va un abismo desde un emperador de China, que deponía sus excrementos en un bacinilla de oro y era el desayuno de sus sirvientes, pasando por un rey absolutista como Luis XIV, que permitía que sus cortesanos se acercaran cuando iba al excusado y comprobaran su naturaleza humana, hasta llegar a uno constitucional como Juan Carlos I (descendiente de aquel «rey sol»), que tuvo que disculparse compungido ante la opinión pública por haber matado a un elefante.

Sin embargo, aún quedan restos de aquella antigua percepción de los reyes. Fíjense cómo, con ocasión de la regularización de una deuda del mismo Rey emérito con Hacienda, se han levantado voces afirmando que, si bien la ley es igual para todos, no todos somos iguales ante la ley. Esto ya lo sabíamos. Pero remachó Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, al diputado de Más Madrid a quien increpaba: «No vaya usted a creerse que usted es igual que el Rey. Ni mucho menos». ¿En qué sentido ese diputado no era igual que el Rey? ¿Menos defraudador o menos digno? Es ambigua la presidenta o yo estoy hecho un lío.

Pero salgamos del nivel metafísico. Yo tenía por dado que un hombre se define por sus obras. Y este es quid, como señaló Teodoro García Egea, secretario general del PP: «Pablo Iglesias tiene que nacer siete veces para hacer parte de lo que ha hecho el Rey». ¿Qué parte? Imagínense que usted es el rey y, por ejemplo, se pone de parte de los golpistas el 23-F. No puede ni imaginar torpeza semejante, ¿verdad? Nadie tira piedras a su tejado. O, como ahora, ¿no es doloroso para un hijo tener que tomar distancias con su padre para salvar su corona y regenerar la monarquía? Es una tragedia digna de Shakespeare. Así es que, por el hecho que el Jefe del Estado es un monarca constitucional, este está obligado a ser siempre ejemplar en sus funciones institucionales y cumplir con la ley, tanto o más que el presidente de una república, porque, si no, ¿qué hace el Parlamento, lo destituye? Habría que modificar algo más que el artículo 56.3 de la Constitución.

La monarquía es hereditaria y la democracia se basa en la voluntad popular que puede cambiar cada cuatro años. La conciliación solo es posible si el rey está sujeto a la ley como el más humilde de los ciudadanos.

Pero todo esto son espejismos. Lo que aquí se pretende es comprometer a Felipe VI en una lucha política creando un supuesto bando realista contra otro republicano en función de unos intereses de clase. Y el error sería afirmar como aquel militar jubilado con la democracia: «La monarquía que a mí me gusta es la que nos trajo Franco».

* Comentarista político