María Jesús Montero llamó cabezón a Pablo Iglesias pero quería decirle cabezota. Hay una gran diferencia entre ser cabezota y cabezón, pero esto son matices del lenguaje que poco tienen que ver con el expresivo desenfado estético que voluntariamente aplica la ministra de Hacienda al tocar el idioma, o al descoyuntarlo. Porque ya sabemos que un asunto es el respetable acento de cada uno, y otra, muy distinta, todo vapuleo a la sintaxis. Sin embargo, sin ser error de bulto, desde un punto de vista semántico severo, nada hay de cabezón en Pablo Iglesias. Pero yo creo que de cabezota tampoco: Iglesias es un hombre convencido, pero especialmente de sí mismo, de su misión en la tierra y de los sacrificios que los demás debemos asumir para lo que él llamó su asalto de los cielos. Y su presunta cabezonería solo dependerá, como hemos visto, de la flexibilidad a la que le obliguen sus circunstancias. La escena en los pasillos del Congreso, con grandes aspavientos por parte de los dos, bien plasmados en las fotografías, ha tenido mucho de representación. Estos choques los suele ventilar Podemos, porque es su forma de legitimarse ante un electorado que puede reprocharle una asimilación al poder y al Gobierno -del que, no lo olvidemos, sigue siendo una parte-, como apéndice o resto del PSOE de Sánchez, que trata de ejercer de Pepito Grillo ante un muñeco al que nunca le crece la nariz. Ya sea por el decreto antidesahucios, la anunciada actualización del salario mínimo, el cálculo de las pensiones, la reforma laboral o los cortes de suministros, la frase de Montero «No seas cabezón» al vicepresidente segundo y líder de Podemos, escuchada por varios testigos, es muy posible que únicamente tuviera como objetivo aparecer en la crónica del día. Ella refrenda así su presunto papel no solo moderado, sino moderador, y él mantiene su perfil activista indignado ante los chanchullos de la casta, aunque lo haga sentado en la vicepresidencia. Un teatro muy caro.

* Escritor