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A pie de tierra

Desiderio Vaquerizo

Zombis

De la dependencia de internet a la manipulación y control del ciudadano, cada vez menos libre

«Pensar y ser inteligente se ha convertido en un acto subversivo... Existen técnicas muy sofisticadas, desde el lavado de cerebro, el monopolio y control de la información y comunicaciones, la anulación del sentido crítico, el refuerzo de las dependencias grupales y la despersonalización. Gracias a los avances tecnológicos, los poderosos podrán dominar totalmente a las poblaciones». Son declaraciones, a raíz de la publicación de su último libro, de Pedro Baños, coronel del Ejército de Tierra en la reserva y experto en geoestrategia, seguridad, inteligencia y otras muchas cosas, que ponen los pelos como escarpias; sobre todo porque es difícil no ver en ellas un reflejo casi especular de lo que está viviendo el mundo estos últimos tiempos. Hoy lo hacemos casi todo por Internet; nuestra dependencia del móvil y del ordenador ha llegado a tal extremo que podemos literalmente enfermar -además de quedar bloqueados- si nos faltan; facilitamos nuestros datos personales día sí día también para compras telemáticas, darnos de alta en plataformas, realizar gestiones administrativas o pedir cita previa en el banco; y una y otra vez hemos de aceptar las odiosas cookies, que se reproducen cual virus haciendo posible que quienes controlan la cosa virtual conozcan nuestros gustos al detalle, nos vigilen e invadan impunemente nuestra privacidad. Angustioso, aterrador, inquietante..., ¿no creen? La cosa está alcanzando tal extremo, que ya no concebimos nuestras vidas sin el universo digital, a todas luces minado de trampas y trampantojos en los que caemos ciega y reiteradamente; y, peor aún, caen nuestros hijos. Quizá por eso, quienes conocieron otra realidad, en la que cuando viajaban no siempre podían llamar por teléfono a casa hasta el día siguiente; para comunicarse lo hacían en modo epistolar, género que tanto alimento ha proporcionado a la literatura; para comprar salían y socializaban, convirtiéndolo casi en un acto festivo; para tratar con los demás lo hacían de tú a tú, mirándose a los ojos embebidos en el calor ajeno; para pasar el rato preferían una buena tertulia a la puerta de sus casas en vez de derrochar horas mirando programas capaces de entontecer a una oveja; y los peligros en líneas generales los veían venir, añoran profundamente aquella forma de vida y, sin renunciar a las ventajas que puedan haber aportado las nuevas tecnologías, sueñan con retirarse a un lugar en el que dejen de ser esclavos para volver a ser libres. Obviamente simplifico, pero estoy seguro de que muchos de ustedes saben bien de lo que hablo.

A pesar de su gravedad, el problema no termina ni mucho menos aquí; por desgracia, empieza. En el mundo avanzan cada vez más los regímenes populistas, basados en políticas clientelares y el control del ciudadano, al que poco a poco se va adormeciendo, se le roban derechos y libertades hasta convertirlo en un zombi, adocenado, sin criterio y dócil a las consignas y la propaganda oficiales, capaz de asentir gregariamente aunque le estén mandando a galeras, la ruina o el exilio. Lo primero es colonizar las instituciones y los poderes del Estado, legislando a golpe de imposición, triquiñuelas y sectarismo; luego, hacerse de los medios de comunicación y las redes sociales, capaces de intoxicar hasta a las mentes más lúcidas, de hacer verosímil la mentira y sembrar a voluntad el odio; a continuación, del poder judicial, el Ejército, las fuerzas de seguridad y los organismos de inteligencia; más tarde, de los sindicatos y los estados de opinión, lo que equivale al control de la calle; a correo seguido de la ciudadanía, a la que se exprime a impuestos, se somete a supervisiones cada vez más explícitas y se subsidia, convirtiéndola en dependiente y obligada a la madre patria, que le proporciona ‘generosamente’ techo y alimento; y, por último, de la educación, herramienta vital para el adoctrinamiento, determinante para que las nuevas generaciones crezcan ya afines desde el punto de vista ideológico al régimen y no ofrezcan resistencia alguna a su perpetuación. Son cuestiones de puro manual, que se van colando a la callada poquito a poco, mientras los voceros oficiales exaltan las virtudes de los gobernantes -héroes salvadores que levitan ajenos a la miseria y generan el bien, libres de mácula cual adolescente virgen-, y se persigue o denigra cualquier atisbo de pensamiento alternativo, crítica o disidencia. Unos califican tales procesos de orwellianos, superado en realidad el autor de ‘1984’ en muchas de sus fantasías; otros, en cambio, hablan abierta y llanamente de autocracia: es así como se denominan aquellos regímenes que se basan en la unilateralidad y se llevan por delante la libertad de las personas, conducidas cual rebaño a un paraíso de supuesta consonancia que en el fondo parte de confundir la igualdad de oportunidades con el disparate de que todos somos iguales. Por supuesto, en ese ‘todos’ sólo entran los ciudadanos, nunca ellos.

* Catedrático de Arqueología de la UCO

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