En 1937 había unas niñas jugando a la comba y unas bombas las mataron. Esta es la memoria histórica que hay que tener, la que dice que jamás se vuelvan a cometer errores políticos como para que bombas maten a niños. Tengo claro que el responsable de nuestra Guerra Civil fue el que la empezó, pero eso no quiere decir que los que no la empezaron no tengan responsabilidad ninguna en que se desencadenara.

Las guerras no las provocan los pueblos sino sus dirigentes. En aquel tiempo las cosas se fueron calentando por la mala política nutrida de odio. Hoy, muerto el dictador y su sistema, tenemos libertad para publicar una Ley de Memoria dedicada a aquellos perdedores que no tuvieron voz durante cuarenta años; por supuesto que hay que buscar y honrar a los muertos desaparecidos y fusilados y quien se oponga a eso no tiene humanidad. Pero observando los últimos tiempos políticos, tristemente compruebo que la definición más importante de memoria histórica aún no se ha entendida ni siquiera por sus promotores. Porque paralelamente a los hallazgos de cadáveres está resucitando odio. La dignidad de esos huesos debería significar un agónico mensaje de advertencia a los políticos. Hoy, sobre todo, lo que vemos en los parlamentos son desprecios acumulados cuando más compresión debería haber no solo por la lección que la memoria histórica de la Guerra Civil otorga, sino porque estamos sufriendo un periodo terrible con 70.000 muertos por una extraña enfermedad. Hoy han sustituido la carrera por la brillantez en el convencer a la rivalidad odiosa.

La izquierda, PSOE y Podemos, nos emplazan con odio añadido a no votar a Vox bajo el argumento de que debe dar miedo que lleguen a gobernar cuando saben de sobra que el fascismo y sus métodos no caben en la Constitución. Vox emplaza a sus votantes a odiar y tener miedo a esta izquierda porque la identifica con un proyecto soviético cuando un sistema como este tampoco cabe en la Constitución. Entonces, el fondo, con esos temores lo que en verdad trasladan no solo es odio sino la duda de que nuestra Carta Magna sea capaz de evitar el totalitarismo; o sea, no creen en nuestra democracia. O peor, porque si creen y aún así dicen eso, es que buscan manipularnos para sacar rendimiento electoral. Pues llenar las urnas de odio y miedo puede salir muy caro. Pero es que la derecha más ‘suave’, el PP, no se queda atrás: se acaba de aprobar una Ley de Educación que gustara más o menos pero que ha sido aprobada con los mecanismos democráticos pertinentes. Pues si esta derecha creyera en nuestra democracia, no hubiera gritado desde los escaños «libertad» tras perder la votación. Gritar libertad tras una votación perdida es incongruente porque es una falta de respeto a la libertad que siempre otorga una votación con todas las garantías democráticas. E instar con esta postura a sus votantes a protestar en las calles contra una ley elegida, enciende la mecha de la crispación; si quieren cambiar esa ley, que convenzan en las urnas, pero no apelen al enfrentamiento social. Más odio.

No pactar con Bildu es una opción que políticamente y éticamente es la correcta porque Bildu sigue aspirando a romper la sociedad y a beneficiar a los asesinos que hay en la cárcel, y eso es intolerable para la dignidad de las víctimas y para la unidad española consagrada en la Constitución. Pero no pactar no se puede confundir a través de mensajes de odio a que no tienen derecho a estar ahí y a decir que este partido es todo de asesinos después de que ETA haya dejado las armas, porque eso es sublevar a los millones de vascos que no mataron a nadie y les votan precisamente porque dejaron las armas. Más odio. Pero que los dirigentes de Bildu hagan homenajes públicos a etarras, después del esfuerzo que la democracia ha realizado para permitirles ser legales con el pasado sangriento tan reciente que tienen, es como mínimo ser unos desagradecidos, y el desagradecido es un traidor. Una traición que aumenta el rencor y la desesperación de las familias de las víctimas. Más odio.

Si los políticos de Bildu fueran gente arrepentida además de consecuente, no harían estos homenajes o como mínimo los harían en la intimidad y no públicamente destrozando así la memoria de los asesinados. Más odio. Los independentistas catalanes, muchos de ellos hijos o nietos de personas nacidas fuera de Cataluña, realizan horribles intervenciones despreciando a España (y por tanto a sus padres y abuelos), cuando saben que hay millones de catalanes que se sienten españoles y que hieren en los más profundo por considerarlos ajenos a la tierra donde han nacido. Mas odio. La política es elegante inteligencia y sobre todo palabras bellas por la justicia que portan. Y en unas circunstancias en las que deberíamos estar más únicos, vivimos un periodo político torpe que no aprende que el odio entre políticos y no entre pueblos, provoco la más terrible contienda que hemos sufrido. Creo que si se le pudiera preguntar al alma de un desenterrado de la Guerra Civil sobre qué opina de la ley de Memoria Histórica que ha permitido hallar y honrar sus huesos perdidos, mientras comprueba el odio actual que se vive en los parlamentos, seguramente esta alma en pena diría: para esto, haber dejado mis huesos donde estaban.