Recuerdo aquellos años de la posguerra, cuando el saber leer y escribir era privilegio de pocos. No sé qué años tenía cuando mis precoces inquietudes me llevaron a los libros pero puedo verme, una mocosa, con prisas por pasar de un Camarada a otro, con prisas por hojear enciclopedias y diccionarios. Así pronto mal escribí mis primeros cuentos y poemillas, pero, sobre todo, me responsabilicé de escribirle cartas a una chica de servicio de casa cuyo novio andaba por la mili. Ella me dictaba repetidas y populares frases de amor, pero el final se lo reservaba: muchas cruces y ceros, jeroglífico cuyo significado yo ignoraba, pero ni un ápice de la hoja quedaba en blanco. Un día me dijo: son besos y abrazos que le mando porque lo quiero mucho. Una frase de O. Paz cada día me resulta más real: un mundo -dice- nace cuando dos se besan, porque he podido comprobar, en este tiempo del reclutamiento, cómo todos necesitábamos, deseábamos que llegara el momento de abrazar, besar a nuestros hijos, nietos, amigos con toda la sinceridad y cariño que los seres humanos somos capaces de dar, ya que, a veces, nos sentimos tan solos, tan deprimidos que nos parece gritar, sin respuesta, en un desierto de astros sordos y mudos. Y es cierto que el mundo nacería o cambiaría si no solo con los labios sino también con una mirada, palabra, con una cruz o un cero hiciéramos sentir al otro que no está tan solo, que al menos una voz se alza en el inhóspito habitáculo en que hemos convertido la tierra con aquellas lindas palabras que hoy dedico a gente conocida y desconocida, real o virtual, triste o alegre, ¡Eh! -les grito- que estoy aquí! Yo os mando besos y abrazos, desde nuestra tal vez lejanía y desconocido rostro pero de necesidades, deseos, de alma -lo sé- idénticos a la mía. No, no veo enemigos; tan solo seres humanos de mi misma talla. Y al menos. cruces y ceros, abrazos y besos para todos. H