Alboreaba el año. El coronavirus aún no se hallaba entre nosotros, aunque sí mucho más cerca de lo que nadie hubiera imaginado. Liebanita impenitente, emprendía aquella mañana una de mis últimas visitas a «la morada del alquimista», expresión con la que José Luis Rey G. de la Prada (otro espíritu indómito) se refiere jocosamente a la residencia de mi querido Ginés. Al llegar a ella, encontré allí a José Sáenz de Heredia Valera, nieto del famoso cineasta José Luis Sáenz de Heredia y Osio. Aunque hasta ese momento no había oído hablar de él, pronto nos embarcarnos en una conversación que no tardó en revelar numerosos puntos de encuentro en cuanto a gustos y aficiones. La mañana pasó ligera, como sucede siempre en estos casos; al término de la misma, quedamos en continuar aquella charla cuando las circunstancias lo permitieran.

Desde entonces, hemos mantenido un fluido contacto telemático, el cual me ha permitido ir descubriendo poco a poco retazos de la vida y obra de este joven pintor. Aunque nacido en Madrid en 1980, cuenta con raíces en Córdoba, ya que su otro abuelo fue el constructor Federico Valera, hermano de la pintora Lola Valera y cuñado, por tanto, del también pintor Tomás Egea, artistas ambos que desarrollaron su labor en nuestra ciudad. Después de tres años de formación en la Escuela Técnica de Arquitectura de Madrid y de su paso por la Winbledon Art School de Londres, se trasladó a Barcelona, donde se licenció en Arte Electrónico y Diseño Digital en la ESDI de la Universidad Ramón Llull. Esta formación le permitió desarrollar posteriormente numerosas actividades en el ámbito de la producción audiovisual; también contribuyó a configurar su faceta de ilustrador y muralista, gracias al influjo recibido en la Ciudad Condal de fuentes tan diversas como el comic, el grafiti y las vanguardias del siglo pasado. De su buen hacer con el mural ha dejado muestras en diversos locales de Madrid, en centros educativos de Barcelona, en la universidad y en algunos restaurantes de Tampa (EEUU), o en Heidelberg (Alemania), entre otros lugares. José compagina así, sin solución de continuidad, el dibujo y la pintura con el video y el documental, si bien reconoce sin ambages que, por diversos que sean sus intereses, siempre son el lápiz y el papel su punto de partida.

En el ámbito audiovisual ha trabajado como director de arte y producer audiovisual para varias agencias, dentro del ámbito de la publicidad. Ha realizado diversos documentales de carácter social en Perú y en el Tibet, siendo preseleccionado éste último para los premios Goya. Recientemente ha presentado otro trabajo titulado El Metafisicante Verbum tuum sobre el pintor y poeta andaluz Ginés Liébana, una «joven promesa consagrada» a punto de cumplir el siglo y, para mí, el miembro más completo y polifacético del Grupo Cántico. Por supuesto, fue esta conexión con Ginés el factor que propició mi conocimiento de su persona aquella fría mañana de enero.

En los últimos años, la pintura de José, de formas sencillas y volumétricas, ha sido presentada en diversas galerías y espacios expositivos de los Estados Unidos de América (Mesu360 Project Gallery), Francia (MKUJ Gallery), Alemania (Villa Nachttanz) y España (Galeria Cruz Bajo). En ella puede apreciarse lo mejor de la influencia de Kandinsky, El Lissitzky, Arp o Calder; en diferentes soportes, con una apariencia abstracta, su obra sugiere sutilmente la figuración a quienes la observan por vez primera. El artista madrileño ha presentado también algunas instalaciones ambientadas con piezas de audio, con la colaboración musical de Ivan Smith. En la titulada CHON, toma como motivo los cuatro elementos de la tabla periódica presentes en toda materia orgánica, y cuyas iniciales explican el título algo enigmático de la obra: carbono, hidrógeno, oxigeno y nitrógeno. A partir de una composición formada por tres piezas de la exposición, el artista plantea una narración audiovisual con la técnica de mapping que discurre desde el origen del cosmos hasta el inicio de la vida inteligente. Dividida en tres fragmentos de siete minutos de duración cada uno, la obra fluye sin interrupción, relacionando cada uno de tales fragmentos con alguna de las obras que cuelgan en la pared, las cuales se constituyen así en episodios de la propia narración.

Nos encontramos, en definitiva, ante un artista versátil y lleno de matices que bien merecería ser conocido y reconocido en nuestra ciudad, como ya en su día lo fueron sus tíos abuelos Tomás Egea y Lola Valera. Su presencia en nuestras galerías contribuiría a renovar el panorama artístico de nuestra provincia. Mientras, me contento con admirar su obra desde lejos, como de cerca lo hace mi querido alquimista Ginés Liébana, quien goza de la fortuna de poder compartir a diario con él amistad y vecindad. Ambos llevan en la sangre el ritmo de la poesía y el sentido profundo del Arte.

* Catedrático