En Córdoba el sol de junio es ya un crisol implacable que calcina de nuevo las veredas por donde discurren nuestras vidas. Ello trae a mi memoria la voz hoy dormida, pero viva, del abogado y poeta José de Miguel Rivas (Córdoba, 1922), quien en un anochecer del 3 de septiembre de 2003 cerraba en el Patio Andaluz de la Diputación Provincial las Noches de poesía participativa en los jardines públicos de Córdoba, organizadas por el Instituto Olof Palme-Centro J.M. Börkman de Estudios Políticos, Económicos y Culturales. En su sexta edición, la voz de Pepe de Miguel dio vida con extremado sentimiento a Volo verso la luce (Un vuelo hacia la luz), su edición bilingüe italiana de 1977. Desde la oscura ceniza de los días, hace justamente ahora un año, nuestro gran poeta amigo iniciaba su particular vuelo hacia la claridad. No quiero pasar este mes sin recordar la fecunda trayectoria de quien escribió desde siempre, pero que por timidez no sacó a la luz su primera obra, A orillas de la vida, hasta 1983, siendo ya sexagenario. Versos que, sin embargo, escribía desde los primeros años cincuenta, y que fueron viendo la luz en algunas de las revistas del momento.

Desde entonces, el poeta nos ha dejado otra docena de libros que acogen en sus versos lo mejor de la poesía clásica. Entre ellos, Autumnalia (Nueve poemas de otoño y tres elegías del sur), de 1984; Pentacordio (En torno al desamor), de 1986, poemario donde, como bien afirma Antonio Rodríguez Jiménez, no falta la amargura adornada con filigranas; Lagar de Dionysos, de 1988 y Sonetos de amante, del mismo año. En la década de los noventa publicó: Tres elegías andaluzas (1991); Insidias en las termas. Epigramas (1995); Un vuelo hacia la luz (1997); Al itálico modo (Cuaderno de sonetos) (2000), con un prólogo este último de Fernando de Villena, quien califica a su autor como «figura mayor» dentro de su generación; así como Pastores de Belén (Villancicos), de 2002. Fuera de nuestras fronteras publicaría igualmente: Trois Eleguies Andalouses, en edición bilingüe francesa, con prólogo de Anabel Cornu (1991); Le insidie delle terme e altre poesie, una antología en edición bilingüe italiana, traducido por Emilio y Michelle Coco e introducida por Leopoldo de Luis, quien vincula el libro a la mejor poesía de Gil de Biedma y de Enrique Badosa, adornada con numerosos neologismos y arcaísmos e infinidad de aciertos rítmicos, recursos que constituyen uno de los mayores encantos de sus poemas.

El poeta, muy vinculado al grupo Cántico y, de forma especial, a Pablo García Baena, bien sabía que sin ritmo no hay poesía que valga la pena. En ella se encuentra, además, casi de todo: desde amor hasta belleza a raudales, luz, placer y otros muchos matices, así como algunos de esos recuerdos que daban sentido a su existencia. Volo verso la luce (Un vuelo hacia la luz, edición bilingüe italiana de 1997) es otro de los poemarios publicados fuera de España. La Diputación Provincial también publicó, en 2003, Dulce plantel y canon, una singular antología que recoge una buena representación de su fina obra y de su propia religiosidad. Pepe de Miguel, además, colaboró en algunas revistas nacionales y extranjeras, y es autor de numerosos artículos en prensa, ensayos, narraciones cortas y textos para catálogos de exposiciones. Entre estos recuerdo con cariño el que escribió a la pintora madrileña Yolanda Marchante Serra, buena amiga mía desde hace años, y a quien Pepe no dudó en prestarle con mesura su propio verbo para ayudarle a presentar una exposición, por otra parte, llena de color. Un catálogo en el que compartió texto con otros del periodista y poeta Antonio Rodríguez Jiménez y de la académica Mercedes Valverde.

Hay quien afirma con rotundidad que su obra literaria siempre será leída y estudiada, y no solo por su originalidad, sino también por la autenticidad que expresa en ella. En mis anaqueles, por su belleza, yo la tengo entre mis preferidas. Junto a ellas son muchas las hojas sueltas que conservo dedicadas de su puño y letra, pues no había ocasión en que nos viésemos que no sacara de su cartera alguno de sus poemas, los cuales llevaba fotocopiados para facilitar así su labor de difusión. Con ellos acompañamos algunas de las conversaciones mantenidas en La Gloria, mientras tomábamos un buen café e ilustraba, generoso, alguno de mis cuadernos. En ocasiones, podía saborearse en ellos la mística de Juan de Yepes o la obra de don Luis de Góngora, así como lo mejor de nuestra tradición poética. Por todo ello deseo evocar hoy a este amigo, bastión de la mejor poesía cordobesa. Al recordar con viveza su figura, me hago la ilusión de que aún vive entre nosotros, de que en cualquier momento voy a toparme con él por la calle y a recibir el regalo inapreciable de un trozo de su poesía, tan viva y tan brillante como este sol de junio que llena de oro nuestras calles.

* Catedrático