Si tuviera que pedir un deseo para el año que empieza sería que volviéramos a leer El miedo a la libertad de Erich Fromm y que quienes no hayan disfrutado del texto, lo hagan por primera vez. Lástima que los que más necesitarían el análisis del psicólogo sean los que menos se interesen por el libro o los que están a años luz de poderse acercar a él. Aunque publicado por primera vez en 1941, mantiene una vigencia sorprendente. Por desgracia, claro está, porque esto quiere decir que no hemos avanzado tanto como creíamos en la difícil tarea de gestionar la libertad.

No somos libres si no tenemos posibilidad alguna de satisfacer las necesidades básicas de alimento, vivienda y salud con nuestro esfuerzo y trabajo. No somos libres si la esperanza de vida en el barrio donde vivimos es más corta. Si no nos llega la misma luz, si no tenemos espacio ni aire para respirar. No somos libres si, viviendo en la periferia de la periferia, no podemos pagarnos ni un billete de tren para salir a pasear fuera del pequeño mundo en el que nos han encerrado.

Tenemos posibilidades de ser libres cuando las estructuras de las sociedades en las que vivimos nos permiten serlo. No somos libres las mujeres si no podemos andar por las calles sin que nos agredan, si no podemos emparejarnos sin tener en cuenta que hay alguna posibilidad de que el príncipe azul se convierta en maltratador. No somos libres si no somos iguales. Si sectores enormes de la humanidad no pueden traspasar fronteras. No somos libres si vivimos en guerra, si la violencia es contante, si la paz se presenta como una quimera, si escapar de la muerte significa encontrarla en medio de un mar tan azul como el nuestro.

Pero tan interesante es analizar los mecanismos que imposibilitan la libertad como las actitudes de aquellos que deciden renunciar a ella voluntariamente. Por la vía de la sumisión, dejando en manos de otros las decisiones sobre la propia vida. Incluso aquí, donde hay un abanico de posibilidades enormes comparado con los regímenes dictatoriales. Abrir la puerta, ver el mundo de fuera y decidir cerrarla, volver dentro, es uno de los fenómenos que más me intrigan. De aquí el «miedo» del título del libro en castellano, pero también la «huida» del original en inglés (Escape from freedom): renunciar a la libertad por la vía de delegar en el fascismo la gestión de la democracia, la libertad colectiva. Es sobre todo en este punto donde hace falta releer a Fromm: ¿por qué decidimos dar poder a quienes nos prometen que recortarán las libertades ciudadanas? Pudiendo decidir, ¿por qué escogemos autoritarismo? O propuestas de organización social que se nos presentan como más seguras u ordenadas. Atrincherados cada cual en su particular pertenencia, cerramos los ojos a la diversidad del mundo y decidimos que lo único que podemos hacer es confiar en quienes parecen tenerlo todo claro. Y es esa ceguera voluntaria la forma más peligrosa de escapar de la libertad.

* Escritora