Tenía que surgir de allí, de Priego, de mi pueblo, porque se ven al salir de misa, de paseo, al cruzarse por el Adarve, la Carrera de las Monjas, la Villa o la Fuente del Rey. Tenía que surgir de allí, donde se hicieron fósiles los rumores y tardan en desaparecer, si es que lo hace, el tufo de cualquier maldad o la envidia, el olvido de aquel daño que una vez nos hicimos, el orgullo por la grandeza del dinero o los honores. El rumor en la casa de al lado. ¿No te has enterado...? Si se veía venir... ¡No será porque no se lo dije! Y se tuvieron que ir deprisa y corriendo por esas ideas y con esos derroches.

Pero ahora, Jesús Cuadros Callava, archivero de digna ascendencia y nobleza personal, rompe los pasados de niebla y se pone a contar con un libro importante, por el tema y por el número de páginas, para que queden menos dudas en la historia, para volver atrás con el vecino, el amigo o el que no es tanto, que se miraba porque ni perdona ni quiere perdonar, que tiene motivos por comentarios de los no tan viejos o los hijos y nietos, que recibieron en carne viva las historias: fueron errores, como el que juega con la baraja y unas veces pierde y otras gana. Fue un error que hay que reconocer porque quedó en el papel como una foto y ya está bien de aquello.

¡Qué carajo! Tenemos que mirarnos y entender las cosas para que el rencor y el orgullo no nos ardan en el pecho o nos aleje. Priego también sufrió aquella guerra y Jesús Cuadros, junto a María Luisa Ceballos, la alcaldesa, abren generosamente ventanas.

La alcaldesa y el archivero, el cronista, ya, el escritor, se sentaron juntos en la presentación del testimonio, de un compromiso que tenían los prieguenses, como una deuda que equivalía a una verdad o una Paz. Esto fue así y nosotros, todos, fuimos víctimas hasta ahora, que comulgamos con la verdad, con la resurrección de los viejos aspectos, antes de la maldición, con las diferencias normales en un pueblo, en todos los pueblos por poder o cuna; también por creencias, religión o esperanzas, porque hasta las cosas o los árboles son diferentes. Tenemos muchos puntos en común: dolores y dichas, frustraciones o triunfos; deseos de amar, de admirar, agradecer y cooperar sin pretender sentirse los mejores; en resolver problemas y que nuestros pechos se ensanchen con el orgullo de ofrecer y ayudar. Siempre hubo y habrá ricos y pobres pero con la noble aspiración de poder ser.

Y se nota en Priego de Córdoba, con este generoso gesto de Jesús y María Luisa, de los asistentes o testigos, con las miradas de la alcaldesa por el PP y el escritor con su historia minuciosamente confeccionada, arqueólogo de los cuasi enterrados recuerdos -pretendidamente ocultos- para que vuelen por los aires limpios del pueblo, iluminen y que las verdades saquen de las almas el escozor, las turbias miradas, los viejos rencores de vecinos, amigos y hasta familiares; esas agujas que se removían al cruzarnos, aquel error de todos que se alargó en el tiempo por el durísimo engarce de los silencios.

No conozco aún el contenido de ese libro La nada y el silencio, de mi querido Jesús Cuadros, pero pido a Dios, al Nazareno -si es que está y me oye- que bendiga a mi pueblo para que sirva como el abrazo definitivo y ejemplar, meritorio, del escritor y su alcaldesa, como los niños que, vivos y felices, jugábamos a las bolas después de apedrearnos.

* Escritor