La literatura nos explica todos los contornos de la vida, nos apela y nos habla. Leo El Marne, la novela corta de Edith Wharton publicada por La Isla de Siltolá, mientras en Europa arrecia el brexit como un viento de lija entre las manos, y vuelvo a recordar que, en las dos batallas de El Marne en la Gran Guerra, una juventud se vio de frente con un estallido de locura, con espectros de gases corrosivos abrasando los ojos que no tenían futuro. Pero no lo recuerdo: lo estoy viviendo ahora. Un muchacho estadounidense que ama Francia se enrola como voluntario de la Cruz Roja -como lo haría Ernest Hemingway en la vida real, o en esa otra vida que no es real hasta que no se escribe- no solo en la búsqueda de su paraíso de adolescencia que está siendo arrasado, sino de su preceptor francés, cuyo nombre acaba viendo en una lápida. Pero ¿era él realmente? Lo seguirá buscando en esta fábula sutil y contenida, hermosa y breve, en esta narración bélica de urgencia cuyo lirismo no resulta urgente y se nos queda intacto en la emoción de esas villas francesas en ruinas, con los dormitorios derrumbados en una intemperie de ceniza. Los gritos que se escucharon entonces no son muy diferentes de los que se escuchan hoy en Europa y Reino Unido, las mentiras repetidas que se convierten en verdad no difieren demasiado de los mantras que se vienen repitiendo desde el independentismo catalán más violento o desde las multitudes vascas airadas que abandonan sus catacumbas de una vida pacífica para reivindicar los años de plomo. En el mismo libro hay un relato extraordinario titulado El ajuste de cuentas, con una mujer recién abandonada por su esposo que recorre sonámbula una ciudad que no la reconoce, en un día de radiante luz metálica que le cegará el ánimo, pero que también le hará sentir su definitiva claridad. La literatura es política y es ruptura interior. En esa desolación de vivir tratamos de avanzar, leemos y arañamos los segundos entre dedos nudosos.

* Escritor