E n lo que llamamos hombre existe el animal, su origen. Lo humano es solo una posibilidad de la evolución natural concebida en la mente del hombre, su ideal. Lo animal pervive y lucha por no desaparecer en la forma humana, viste y calza, da discursos y a veces derrama una lágrima, como los cocodrilos. Otros es más difícil buscarle el símil.

Denudad a Hitler y tratad de describirlo en su armazón animal y veréis lo difícil que os resultará. «¡Hitler es Alemania. Alemania es Hitler!», gritaba Rudolf Hess, presidente del Partido Nazi a las masas enfervorecidas creando un monstruo colectivo ante el cual palidece el más atroz imaginado en mitos y leyendas, en el anónimo Phylologus, en las autoterapias de tipo psicoanalítico de Cortázar o en el «jardín zoológico» de Borges, quien consideraba que «un monstruo no es otra cosas que una combinación de elementos de seres reales y que las posibilidades del arte combinatorio lindan con lo infinito».

Cuando en 1934 Borges escribe estas palabras en el prólogo a su Manual de zoología fantástica se le escapó este monstruo. Hay animales que escapan a la imaginación humana en tanto y en cuanto no sepamos verlos o diferenciarlos de nosotros mismos, como les pasaba a los nazis. ¿Cuántas páginas han sido necesarias para describir el capitalismo, que es la «razón del ser» en nuestro mundo, sin que aún hayamos captado cabalmente su anatomía y esencia devoradora?

Otras veces es que no hay un referente real, tal y como le sucedió a los indígenas americanos, que no habían podido imaginar al centauro porque no conocían el caballo y creían lo que los conquistadores les decían mostrándole el bocado de hierro entre las babas del cuadrúpedo: que el animal se alimentaba de oro y solo ese metal aplacaría su furia. Solo más tarde, cuando los indígenas se les enfrentaron cabalgando a caballo, pudieron estos comprender que el oro era para satisfacer la codicia del animal invasor. Luego hay animalitos, como estos gorriones que saltan alrededor del velador donde me siento y se disputan invisibles migajas; y esos famélicos niños de una aldea africana a quienes se les propone a ver quién llega antes a coger el único fruto que pende de la rama de un árbol y ninguno se mueve, incapaces de entender la disputa insolidaria.

El hombre es esa «cosa imprecisa y oscura» que llamó Kant y el monstruo está enraizado en la cultura, en el momento histórico, y no alcanzamos a reconocerlo porque viste como nosotros, recorre nuestras calles, nos habla y acaricia a los perros. O desde la impunidad y la impudicia dicen sin sonrojarse cosas como Casado: «Sánchez es traidor, felón, ilegítimo, okupa, inepto, mediocre, desleal, mentiroso compulsivo…». Le faltó decir «subhumano» (el Untermensch nazi). Es este un hombre que habla desde el político animal que está por catalogar en el bestiario de nuestra oratoria parlamentaria. Como la serpiente de las tres cabezas y la salamandra, que se alimenta del fuego.

* Comentarista político