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Colaboración

Manuel Balsera

Piensa que hablo de ti

El hombre de quien les quiero hablar es un varón de cuarenta años, con estudios primarios incompletos, que diez años atrás trabajaba de albañil en una obra de la Costa del Sol, donde llegó a ganar hasta tres mil euros netos al mes. Ahora tiene novia, Vanesa, pues está soltero, después de haberse divorciado de su primera mujer, al poco de dejar los trabajos de albañilería y no poder, en diez años, ni pasar la pensión alimenticia a sus dos hijos de doce y catorce años hoy. Vive él con su madre viuda --que cobra una pensión de seiscientos sesenta euros-- y su novia, Vanesa, lo hace con sus padres. La madre de Vanesa es limpiadora en una empresa del ramo, donde la llaman cuando la necesitan, para desde las seis de la mañana, poner habitables pisos de alquiler y oficinas; el padre, con una enfermedad degenerativa, está en una silla de ruedas y hace tiempo que dejó de trabajar, agotó las prestaciones y no tiene aún los cincuenta y cinco años para que le den --o al menos solicitar-- la ayuda de cuatrocientos y pico de euros.

Manuel y Vanesa no pueden permitirse ir a vivir y pagar siquiera un piso de alquiler con muebles usados. La chica, de veintinueve años, es peluquera en un low cost a media jornada y gana poco más de cuatrocientos euros al mes, después de estar varios años aprendiendo ese oficio tan prometedor que le decían en aquella «academia» de peluquería.

Manuel está trabajando desde hace unas semanas en un supermercado, después de haber sido desechado por varias empresas y de llevar varios años trabajando con sustituciones, fines de semanas y días sueltos. Su sueldo no llega a ochocientos euros netos mensuales. Repone, descarga, limpia, cobra en caja y se come el bocadillo en el umbral del portal de al lado del súper donde trabaja... Pero, eso sí, tiene un trabajo fijo.

Diez años ya, diez años con sus asfixiantes veranos de botijo de agua, inviernos fríos que le helaban la sangre, primaveras de cielos sin color, naranjos sin olor y otoños de «ruidos» sordos e inaguantables de las caídas monótonas de las hojas muertas. Se llama Manuel, como se podría llamar Gumersindo o Miguel, qué más da. Es uno más, uno que se quedó varado en medio de la crisis que otros provocaron y que siguen ahí, tan panchos, como si ellos nunca hubieran roto un plato; y los «rompieron», vaya que los rompieron... La vajilla entera. Pero Manuel tan ingenuo él, aún los vota porque confía que alguna vez le toque a él (angelito) esa «suerte» que tuvieron hace años los bancos, con sus horrendos y bien pagados banqueros dentro. Vanesa, ni recuerda haber votado nunca.

Les he hablado de Manuel, Vanesa y su entorno, un hombre real y una mujer real, de nuestra Córdoba eterna y solidaria. Si, he hablado de ellos, como podría haber hablado de ti (sois tantos).

* Técnico en Relaciones Laborales

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