Japón se juega este año su futuro en tres frentes cruciales. El diplomático, donde negocia un acuerdo de paz con Rusia pendiente desde la segunda guerra mundial y recibe a Xi Jinping para poner fin a la hostilidad con China. El interno, con la abdicación, por primera vez en 200 años, de un emperador y el ascenso del príncipe Naruhito al trono del crisantemo. Y el constitucional, con el empeño de Shinzo Abe, que en noviembre será el primer ministro nipón más longevo de la historia, en cambiar el artículo 9 de la Constitución por el que Japón «renuncia a la guerra» para solventar las disputas internacionales. Las elecciones de julio para renovar la mitad del Senado planean sobre los tres frentes.

El Partido Liberal Democrático (PLD), que gobierna casi ininterrumpidamente desde su fundación en 1955, parte como favorito. Pero modificar la Carta Magna, impuesta en 1947 por Estados Unidos, requiere una mayoría de dos tercios en las dos cámaras. Abe los tiene ahora, aunque es posible que pierda algunos. Esto hundiría su intento de reforma constitucional. Podría acelerarla en el poder legislativo y convocar el necesario referéndum, pero el ala más conservadora del PLD no le apoyaría porque quiere que la voluntaria abdicación de Akihito se produzca sin alteraciones políticas. No parece probable que vaya a rendirse un líder acostumbrado a dar saltos en el vacío para avanzar. «Si Abe tiene una posibilidad de ganarse un lugar en la historia es revisando la Constitución», dijo al Japan Times Yoshiaki Kobayashi, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad tokiota de Keio. Puede apostar por disolver la Dieta (Cámara baja) y convocar al mismo tiempo elecciones a las dos cámaras, con la esperanza de que el voto de la baja -que ganó en octubre del 2017 por dos tercios- arrastre al del Senado.

La conservadora sociedad nipona ve la Dieta como el órgano del que emana el poder y no le gusta ponerlo en riesgo si la situación es estable y el Gobierno funciona. Para sacar a Japón de la grave recesión económica en que se encontraba desde el estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria, el líder del PLD lanzó la Abenomics, una política económica basada en una reforma estructural con una inyección masiva de fondos y estímulos fiscales. El resultado han sido 74 meses de crecimiento, el periodo más largo de expansión de su economía desde 1945. En enero, el desempleo descendió al 2,4%, su nivel más bajo en 26 años.

Sin embargo, cara a los comicios del Senado, el PLD teme un castigo de los votantes por la decisión de subir en noviembre el IVA desde el actual 8% al 10%. Una de las promesas incumplidas de Abe es que la mejora de la economía no ha supuesto una mejora de los salarios, que siguen estancados. Esto frena el consumo e impide que la inflación aumente al 2%, cifra considerada clave para un crecimiento sostenido.

En el pasado Foro Económico de Davos (Suiza), Abe aseguró que ya trabajan el 67% de las japonesas. La promoción de la mujer en el mercado laboral es otra de sus políticas estrella para impulsar la economía, pero al no ir acompañada de la concienciación del hombre para que participe en la educación de los hijos y en las tareas domésticas, frena el ascenso de la mujer. Con la sociedad más envejecida del mundo y una de las legislaciones de inmigración más restrictivas, Japón necesita desesperadamente la integración plena de sus mujeres para avanzar, pero, según la OCDE, las japonesas ocupan menos del 1% de los puestos ejecutivos.

En la cumbre del G-20, Abe quiere presentar el plan que promueve junto a los empresarios de una sociedad 5.0, una «sociedad superinteligente que no deje a nadie atrás», proyecto con el que Tokio pretende plantar cara a Pekín y su plan tecnológico de Made in China 2025. En esa cumbre, la negociación con Putin puede dar a Abe una razón de peso para disolver la Dieta y abordar la reforma constitucional: pedir el respaldo de los ciudadanos para firmar un acuerdo de paz y recuperar solo dos de las cuatro islas Kuriles ocupadas en 1945.

* Periodista