Como decía hace ya mucho tiempo Marx, un fantasma recorre Europa. En este caso se trata del racismo, el nacionalismo egoísta y el odio al diferente. Las incertidumbres que ha dejado el neoliberalismo y sus promesas incumplidas y la inseguridad que sienten y viven millones de personas está propiciando un resurgimiento de los más negros sentimientos de la sociedad europea, que creíamos vacunada contra este virus.

En esta mutación, los partidarios del odio se visten de protectores, aprovechando que las recetas de la vieja izquierda han dejado de funcionar. Estos mensajes están encontrando oídos receptivos en personas que viven atemorizadas entre el desempleo y la precariedad en el sur de Europa, el miedo a perder su bienestar en el norte y la ansiedad identitaria y autoritaria en el este. Un coctel peligrosísimo que se une a la elección de Trump, el brexit más chovinista o la victoria de Bolsonaro. Una espiral de competición, que nos conduce a un empobrecimiento generalizado y nos pone en serio peligro de hacernos perder el alma.

En nuestro país, que tanta gente describía ufanamente como una excepción, ya se atisban las primeras señales serias de peligro. Además de algunas pinceladas de ese «egoísmo de los ricos» presentes en el procés catalán, en las últimas semanas, la xenofobia y resto de valores de la extrema derecha y la derecha extrema se han ido colocando en el centro del tablero político.

Los dos grandes partidos de la derecha, PP y Cs, compiten por ser más (ridículamente) «patriotas», y Casado ha invocado, como a un maligno demonio, la inmigración como problema. Este ritual ha coincidido, ¿casualmente?, con un protagonismo inédito de Vox, el cachorro pardo de Salvini, Le Pen y Orban. La desesperada búsqueda de la derecha de un bálsamo de Fierabras que detenga a la extrema derecha no hace más que fortalecerla y legitimarla, como hemos visto en Baviera hace poco.

Pero precisamente de Baviera y Hesse nos ha llegado también la mejor respuesta vista hasta ahora, la espectacular subida del partido Verde alemán, que ha defendido una sociedad abierta, inclusiva y democrática y que ha construido un relato del patriotismo alternativo, luchando contra un urbanismo desaforado que está destruyendo muchos paisajes y espacios en Munich y otras ciudades (¿Les suena de algo? ¿Tendrán también naves de Colecor o Algarrobicos?).

Algo similar está pasando en Austria, donde el presidente es un veterano activista verde, en Bruselas o Luxemburgo. Las opciones verdes están ofreciendo un mensaje de esperanza, de no resignación ante el avance de la extrema derecha. Según Florent Marcellesi, eurodiputado de EQUO, «Los Verdes han demostrado que es posible ganar con un discurso desacomplejadamente europeísta, acogedor y responsable con los retos ecológicos, económicos y sociales de nuestro tiempo».

En nuestro país, en nuestra Andalucía, en nuestra ciudad, ese discurso no es patrimonio exclusivo del partido verde, EQUO, sino que también está muy presentes en muchas de las candidaturas que nacieron en 2015 para cambiar la forma de hacer política en nuestras ciudades, como Ahora Madrid, Ganemos Córdoba o Málaga Ahora, que han emprendido una transición verde imprescindible e imparable.

Empieza ahora un largo ciclo electoral (¡otro!), que tiene que mandar un mensaje de esperanza y resistencia contra el odio y la insolidaridad, que afirme claramente que se puede mejorar la vida de las personas, subrayando la urgencia de una transformación verde para combatir el cambio climático y perseguir la justicia social.

Es hora de que la ola verde llegue a Andalucía.

* Miembro de EQUO Córdoba