Cómo no voy a entender que un padre quiera alimentar a sus hijos. Cómo no voy a entender que los trabajadores de Navantia de San Fernando perciban su trabajo en el punto de mira. Porque tienen razón: tampoco nos rasguemos las vestiduras, tampoco nos abramos la camisa a esta lluvia ácida en el lomo de nuestra integridad, porque Arabia Saudí viene masacrando los derechos humanos una eternidad. Aunque lo concreto, lo que se determina, aquello que podemos acotar con un cuerpo y un rostro, con un nombre y su voz, puede tener más fuerza que una pila de cadáveres. Sabemos que el periodista Jamal Kashoggi fue descuartizado en la embajada saudí en Estambul, y aunque el Gobierno de Pedro Sánchez se haya posicionado del lado del negocio, Manuel Aranda, el presidente del Comité de Empresa de Navantia, asegura que «Como trabajadores, no entendemos que alguien esté en contra de la generación de empleo. Evidentemente nosotros estamos a favor de los derechos humanos y pedimos que se depuren responsabilidades en el asesinato de Jamal Khashoggi, pero eso no quita que nosotros lo que queremos es trabajar y hacer barcos». Cuando recuperamos la Filosofía como asignatura obligatoria, convendría recordar que la ética tiene sentido, precisamente, en el corazón del conflicto. Y el choque entre bienes --en este caso: el innegable derecho al trabajo de los gaditanos de Navantia, frente al fin al que puede destinarse ese trabajo- hace precisa la ética. Es injusto que la carga del conflicto caiga sobre los hombros de los trabajadores, mientras este Gobierno equilibrista, que asegura esto y lo contrario, no es capaz de ofrecer alternativas al trabajo en los astilleros. La política comercial con el régimen totalitario de Arabia Saudí debería estar concertada en toda la Unión Europea. El Gobierno sanchista pasa de perfil, como acostumbra, entre la realidad y el deseo. Demasiado hablar de Cataluña y de las concesiones dóciles a los separatistas, mientras el mundo arde.

* Escritor