Como la Iglesia, con su tradicional habilidad, ha hecho del asunto de la Mezquita-Catedral una cuestión de fe, la razón tiene muy poco que hacer en el tema. No obstante, vamos a enhebrar unas breves reflexiones en torno al reciente informe de los expertos y a la subsiguiente reacción despertada.

El informe viene a decir con contundencia académica lo que sabíamos de antemano quienes habíamos meditado someramente sobre el asunto. Por eso, tampoco nos produce sorpresa que el Cabildo, con su forma abstracta de expresarse cuando le conviene, continúe asegurando, sin especificar nada, que «numerosas instancias judiciales reconocen que la Mezquita es de la Iglesia desde 1236».

En esta cuestión hay que precisar, sin meternos en camisas de once varas, que existen dos maneras de afrontar la controversia. Algunos católicos, inclusive no practicantes, entienden el tema de manera muy primaria, sin saber diferenciar algo tan elemental como la propiedad de la posesión. Lo que les lleva a suponer que la Mezquita, reconvertida en Catedral, y aunque dedique al culto divino menos tiempo que a los turistas, debe de ser, como todos los templos, propiedad de la santa madre Iglesia.

En el otro extremo, están los católicos crecientemente desengañados, a los que no nos puede entrar en la mollera, por mucho que lo intentemos, que un monumento de universal nombradía, patrimonio de la humanidad, pueda ser de propiedad privada. De igual manera, descolocaría nuestra cosmovisión histórica que, por ejemplo, las pirámides egipcias o el Partenón ateniense pudieran ser de un particular.

Ahora bien, lo sobrexpuesto no nos lleva a pensar que el fondo de la cuestión esté, exclusivamente, en las inmatriculaciones registrales que, a mansalva y con dudosa constitucionalidad, emprendió la Iglesia. El tema de la Mezquita no es el mismo que el de la plaza de la Fuensanta. Por eso, en nuestra opinión, hay que afrontarlo legalmente y no judicialmente. Así, hace más de un siglo --1905--, resolvió Francia una situación semejante, estableciendo que todas sus espléndidas catedrales eran propiedad de la República francesa la cual, gratuitamente, las cedía a la Iglesia siempre que las usase para el culto. Hace tiempo, que venimos abogando por una sensata solución parecida. Máxime sabiendo que en el país vecino la Iglesia no sufrió menoscabo con la medida ya que, a partir de entonces, colocadas las cosas en su sitio, se produjo un auge de los auténticos valores cristianos. Aquí, por contraste, aquel nacional-catolicismo que lo envolvió todo durante 40 años, ha producido efectos lamentables.

Nuestra idea parte de que la Mezquita jamás fue tenida por la Iglesia como propiedad suya, aunque la detentara. Una prueba, visible todavía en sus muros, son las inscripciones que colocó el conservador estatal Velázquez Bosco --tiempos de Alfonso XIII--, en alabanza de Alá. ¿Puede pensar alguien que la Iglesia las habría tolerado en silencio, sin poner el grito en el cielo, de haber sido el monumento de su propiedad?

Pero, el fondo exclusivo de la cuestión es que, como escribimos en el primer artículo sobre la materia, «Con el euro hemos topado». Mientras la Iglesia obtenga más de 10 millones de euros anuales explotando el primer negocio turístico de la ciudad, libre de impuestos y controles, inventará argumentos inverosímiles, desbaratará prestigios ecuménicos, como hace con Mayor Zaragoza, pero nunca dará su brazo a torcer pues el euro es el euro. y merece reverencia. Algo que no resulta nuevo. Mi abuela, que rezaba mucho el rosario y las letanías, cuando yo le pedía 4 perras gordas por recitarle La canción del pirata, que tanto le gustaba, me decía: «Niño, que eres más interesado que la gente de Iglesia».

Por todo ello --repetimos--, hace falta una norma que resuelva el lamentable estado de cosas.

* Escritor