Mucho se ha escrito sobre las cualidades, usos y costumbres que conforman un arquetipo del cordobés. Habrá quien niegue la mayor, aunque para mí, el cordobés y la cordobesa «de los pies a la cabeza» son reales. A ver qué opinan.

--Mal comenzamos si entre los vuestros no hay algún Rafael o Rafaela, de buen porte y elegancia, porque, aunque no conozco estadística fiable al respecto, considero al cordobés y cordobesa muy bellos. Y aunque abunda la mujer morena, no es la única, pues las hay rubias de mucha solera. De estas últimas, nos dicen que ya las hubo en los harenes de nuestros reyes omeyas, pero lo cierto es que, tras la reconquista, en sus genes debe abundar, además de la mora, la sangre castellana, navarra y la leonesa.

--Respecto a nuestra historia, el cordobés nota sobremanera su importancia y su gran peso, y ello lo carga de responsabilidad porque, a diferencia de los de otros pueblos --que pueden despachar su historia con un relato somero--, en Córdoba es mejor no meterse en este sembrado. Y si finalmente el cordobés entra al trapo, solo destacará la importancia de nuestra Ciudad en la Antigüedad como capital de la Bética y con los moros durante la Edad Media, apoyando su sentencia con la mágica cifra del millón de habitantes que le enseñaron en la escuela.

--Porque el cordobés es muy de sentenciar. Es su carácter senequista, cuyo significado resulta difícil de explicar. Quizá apunten en la dirección correcta adjetivos como el de pausado, reflexivo, observador, auténtico, introvertido a primera vista, etc. En definitiva, muy distinto al sevillano.

--Porque así es, el cordobés mantiene una rivalidad histórica con Sevilla y con su gente que, sin embargo, no tiene con otras ciudades de Andalucía. En esa rivalidad, el cordobés reivindica su personalidad, al tiempo que reconoce muchos aciertos de la capital hispalense y, por qué no, la chispa inicial de su gente, que a él le falta.

--El cordobés siente la Mezquita como propia, y le profesa una gran devoción, Por ello, ni que decir tiene, no serás «cordobés de los pies a la cabeza», con o sin componente religioso de por medio, si cuando te viene gente de fuera no la llevas al monumento, o si te vas a la playa el primer día de Semana Santa, sin haber visto a la Borriquita, que es lo primero; o si no pisas al menos la Feria un día entero. !Ojo¡ y no te valdrá de excusa alegar que te gustaba más la Feria en la Victoria, que donde ahora se encuentra, porque eso ya no cuela.

--Al cordobés auténtico le gusta ir de vez en cuando a las tabernas de las plazas y callejas, y tomarse en ellas primero una caña y después, si encarta, de fino, hasta la botella entera. Mientras, explicará a sus invitados que, a diferencia de lo que pudieran pensar, el medio es el vaso lleno hasta arriba, hasta la coronilla, mientras que la copa es la que se sirve media.

--Lo anterior parece que es reflejo del carácter históricamente inconformista del cordobés, de su tradicional rebeldía. Recordemos en este punto, sin tener que irnos a los tiempos de Maricastaña, cómo Córdoba fue la única ciudad de España con un gobierno comunista que perduró muchos años; o cómo, paradójicamente, su alcaldesa, Rosa Aguilar, era profunda devota de los Dolores; o cómo al también comunista y alcalde Julio Anguita lo podías encontrar ensimismado viendo pasos hasta altas horas de la madrugada.

--Pero es que no me creo que seas de Córdoba si no te emocionas cuando rompe el azahar en primavera, si no te vas de caracoles a una plazuela, o no te subes de perol a la parcela, o si tampoco pasas nunca por la Judería, por el Gran Capitán, por las Tendillas o la Corredera.

--No digo ya ir a los toros, hablo de cultura taurina, y sería casi imposible calificarte de cordobés si no conocieras a Manolete, Lagartijo o Guerrita, pero será para nota si además sabes de Chiquilín, Finito, el Pireo, José Luis Moreno y Cañero.

--El cordobés venera a sus patios y a sus macetas allí donde esté y viva donde viva, sea en la Villa o e la Axerquía, que son las partes nobles y viejas o, por el contrario, en los antiguos arrabales, que hoy constituyen las zonas nuevas. Esa veneración es muestra del mucho aire libre necesitado por el cordobés, por lo que tú no estarás al nivel si eres de los que no te gusta coger espárragos en la sierra, o no subes jamás a las Ermitas, a las Jaras o a Trasierra; si eres de los que en los bares prefieres estar dentro que fuera, y prefieres siempre la casa a la calle o la taberna, además de no tomarte nunca la espuela.

Espero que os miréis sonriendo en este cariñoso espejo, que sigamos siendo la envidia del mundo, pero antes de terminar, como cordobés que me siento --aunque no diga eso mi documento--, sentenciaré diciendo que tú no serás «cordobés o cordobesa de los pies a la cabeza» si no honras el sombrero, la siesta, el gazpacho, el flamenquín, los rabos, las berenjenas y el salmorejo; si no sabes lo que es Córdoba la Vieja, las Costanillas, la Piedra Escrita, el Bailío, la Fuenseca o el Tablero ; si piensas que la Axerquía está en Málaga, San Pedro en Roma o Santiago en Compostela.

Y apostillaré incidiendo en que poco tendrás de cordobés si vas contando por ahí que, a lo largo de tu vida, has veraneado en Marbella o en cualquier otra playa del mundo entero, pero de los Boliches y Fuengirola, sin embargo, no guardas ningún recuerdo.

* Notario y director de Casa de las Cabezas