Hemos visto en Fitur, cita internacional del sector turístico, el desembarco maleta en ristre de los postureístas. Suelen ser visitantes nacionales que viajan en grupo y ostentan cargos públicos en municipios con un techo de cristal en lo turístico que ya tocaron, pero que no van a perderse La Feria por nada del mundo. Sobre todo por lo que tiene de escaparate, no ya turístico, sino institucional. Es decir, de escaparate político. Es casi enternecedor ver a alcaldes y concejales de áreas muchas veces ajenas a lo turístico esforzarse en creer su propio discurso sobre la Industria Turística, como si se tratara de un sector productivo o de transformación que dejara gran valor añadido. Claro que tiene un arraigo y una potencialidad fundamental, en Andalucía en particular: negarlo sería absurdo e irresponsable. Pero sólo un país altamente desindustrializado se ve tentado de poner el sufijo Industria a una parte del sector servicios.

Presumía Rajoy del sorpasso turístico a Estados Unidos. Sin cuestionar la estadística, tampoco es de esperar que el presidente cuestione la receta del éxito y se pregunte cuánto tiene que ver la precarización del sector, sostenida en altos niveles de temporalidad, economía sumergida o abuso laboral como el de las camareras de piso a dos euros la habitación o los guías turísticos subcontratados. «Es el mercado», que diría Rodrigo Rato. Y en el mercado manda la competitividad a base de bajo coste. De bajos salarios, vamos. Lo del turismo de calidad, ya tal.

Igualmente despreocupados por estas cuestiones acuden los postureístas de pueblos y ciudades medianas a Fitur, disfrutando de una romería provechosa para su carrera política, ansiando el selfie con Doña Susana con las mismas ganas que Doña Susana lo busca con Doña Letizia; dedicando presupuesto público a un espacio carísimo en la feria, un océano en el que su oferta se diluye. Comparecen y se exhiben ante medios de comunicación locales, sin cobertura exterior, para vender los atractivos de sus municipios a sus propios vecinos, que en la mayoría de las ocasiones quieren disfrutar tranquilamente de su entorno, patrimonio, fiestas y tradiciones. Porque estos contribuyentes saben que el provecho económico que pueden sacar de los visitantes, sin sacrificar sostenibilidad y calidad de vida, ya lo sacan. Y en cualquier caso no les va a dar para vivir todo el año.

Se afanan los postureístas en tener estand propio en lo que convierten en una feria de las vanidades, aunque ya dediquen partidas considerables a redes, consorcios, asociaciones turísticas y patronatos, que garantizan una presencia de sus municipios proporcionada en Fitur: nunca es suficiente para el marketing partidista, los codazos frente a los fotógrafos y el afán de crear la ilusión de movimiento cuando nada se mueve. Eso es el postureísmo: viajar a ninguna parte.

Jesús David Sánchez Conde

Portavoz de Izquierda Unida Puente Genil