El jardinero aficionado ha hecho de su pareja un buen bonsái. Hay que reconocerlo; nadie lo califique de machista. Pura afición y pura dedicación; puro amor al arte. Consultó libros, miró por internet, asistió a certámenes; probó, pensó, reflexionó; hasta corrió el riesgo de que el arbolito se le secase. Fines de semana dándole vueltas a nuevas ideas, nuevas artimañas y nuevos artificios. Durante años la ha ido dirigiendo, recortando y podando; reduciéndole el espacio, la tierra, y hasta el agua si era necesario; controlándole el crecimiento; vigilándole las medidas hacia arriba, hacia los lados; día a día, sin descanso, en silencio, sin que nadie lo notara; mimándola con paciencia de miniaturista. Ahora es un arbolito muy bien formado, perfecto; hasta se podría llevar de viaje. Su tronquito, sus ramitas, sus hojitas; incluso da su pequeña sombra en un tiesto de dos palmos, sobre una repisa en la terraza del piso. Allí tiene su trocito correspondiente de luz y de cielo; y, sin ser molestada, ve pasar las nubes y los pájaros. ¡Y da unos frutitos tan semejantes a los verdaderos! Casi se podrían comer; pero no, es mejor que luzcan en el arbolito. A diferencia de los árboles, la pareja del jardinero se siente segura de los aguaceros de primavera; no la quemarán los fuegos del verano; vive protegida de los vientos del otoño y los fríos, las brumas y las escarchas del invierno. Cuando llueve, el jardinero aficionado la recoge bajo un tejadillo, y también cuando el sol la pueda envolver con su vida. Si llega una visita, el jardinero la muestra orgulloso en el mejor lugar del comedor. Hubiera sido un bello naranjo, repleto de azahar en abril; y en octubre, hubiera madurado grandes naranjas brillantes por entre sus densos verdes. Pero ¡tantas incertidumbres que trae cada día! ¡Tantas dudas, miedos, inseguridades! Es más seguro no ensanchar el tronco ni extender las ramas hasta abarcar los horizontes y asomarse al infinito. ¡Para qué correr riesgos innecesarios! Solo un poquito de todo; un poquito de alegría, un poquito de cariño, un poquito de libertad; no hay que excederse. Y el bonsái es la envidia de otros jardineros aficionados. Nunca han logrado una obra tan perfecta. Por eso, este bonsái brilla y adorna el mueble del televisor en cada Navidad.

* Escritor