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Poemas para el centenario

Aunque hoy día no es políticamente correcto hablar de tauromaquia en numerosos ámbitos, es un hecho indiscutible que el arte de birlibirloque es incuestionable y tendrán que desaparecer muchas generaciones para que entierren la fiesta definitivamente, porque de momento solo se ha conseguido cerrar la plaza de toros de Barcelona, aunque ahí hubo razones independentistas, ya que era una forma de demostrar que aquella no era su fiesta, sino la de los españoles, como si los catalanes fuesen rusos o vietnamitas. Esta sociedad que nos corrompe y nos destruye critica la fiesta pero no condena las guerras ni los secuestros ni los asesinatos. Guste o no, todo forma parte de la cultura de los pueblos y si es fuerte la forma de morir de un toro, mil veces más fuerte aún es que decapiten a una mujer saudí en plena calle acusada de adulterio, ante la mirada complaciente de la gente y la indiferencia de la policía. Mientras que el ser humano no acabe con esas barbaries entre sus semejantes, lo demás será secundario.

El caso es que la fiesta de los toros, tan popular y artística, siempre ha estado en el objetivo de los creadores. Narradores, poetas, pintores, escultores, cineastas, músicos tienen cientos, miles de obras inspiradas en la fiesta.

Ahora que se celebra el centenario de Manolete, no faltan libros conmemorativos, exposiciones, ciclos de conferencias sobre el mítico torero --dicen que el mejor de todos los tiempos--, que al igual que Federico García Lorca lo mitificó su muerte repentina. Pues bien, el escritor cordobés José Manuel Ballesteros Pastor nos ha sorprendido estos días con un volumen de más de 200 páginas titulado Llanto y silencio por la eterna ausencia de Manuel Rodríguez Sánchez ‘Manolete’ (publicado en la editorial Círculo Rojo), una elegía bien construida en versos octosílabos en la que canta las últimas veinticuatro horas de la vida del torero. Aunque va más allá y hace una reflexión sobre la vida, el amor y la muerte, sobre la época en que le tocó vivir y morir al diestro cordobés, tras las huellas recientes de la Guerra Civil española, que llevó a otros países a miles de españoles que huían de la dictadura militar que acabó con la democracia española de la época y que tanto se ha celebrado en Democracia ese fatídico 18 de julio a pesar de ser el símbolo de la masacre. El escritor habla esencialmente sobre la soledad del héroe, sobre la violencia atávica acabada en tragedia.

Escoge Ballesteros el musical y épico octosílabo, medida popular que acerca el poema al lector y muy fácil de adaptarse al oído de los hispanohablantes. Se emplea mucho en las canciones de género popular, como el tango, el bolero, la balada, en un orden de tono romántico. El autor maneja el octosílabo con maestría y sabe que forma parte de la tradición española, pues está ahí, desde aquel anónimo Romance de Abenámar, o en poemas de Rosalía de Castro, de José Martí, Antonio Machado, Miguel Hernández o Federico García Lorca. Aquí, en este libro objeto de comentario, está el alma de Lorca y de su Llanto por la Muerte de Sánchez Mejías, o su Romance a la luna o La canción del jinete. En el poema Aquella tarde, Ballesteros Pastor poetiza la fatídica cogida y muerte y evoca su lejanía de Córdoba: «Allá muy lejos, en Córdoba,/ el Cristo de los Faroles/ lloraba lágrimas negras».

* Escritor y periodista

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