Hace unos años, tras uno de esos asesinatos espantosos en los que un hombre acabó con su esposa y con alguno de sus hijos, uno de mis compañeros, horrorizado y con el humor más negro (y triste posible) hizo un modelo de titular que nunca iba a ser publicado, pero que respondía a las más dura realidad: «Mata a su mujer y a sus tres hijos y se suicida disparándose en el dedo gordo del pie». Efectivamente, muchos de estos agresores «intentan» suicidarse después de haber cometido su crimen, pero la mayoría, asombrosamente, no lo consigue y, desde luego, ninguno se plantea quitarse de en medio antes de cometerlo. No, parecen pensar, sin ti, o sin que tú seas como yo quiero e impongo, no merece la pena vivir, pero desde luego tú no vas a seguir viva y haciendo tu voluntad mientras yo respire, y luego ya veremos. Parece que, una vez eliminado el problema, es decir, la propia vida de un ser pensante que no quiere someterse a otro --a veces ni siquiera eso, y aunque se sometan acaban asesinadas-- o que podría acabar durmiendo en otra cama, recibiendo otras caricias, quién sabe si sonriendo y siendo feliz, parece suficiente y, entonces, ¿a qué suicidarse? Ya es libre el abusador de su obsesión, ya no hay posibilidad de rebeldía, ni de felicidad, ni de independencia. el asunto está cerrado. Entonces lo mejor es no suicidarse, o hacerlo disparándose en el dedo gordo del pie, que duele, pero te deja vivo.

De los tres asesinos machistas del pasado fin de semana, de los tres asesinos machistas del pasado fin de semana, de los tres asesinos machistas del pasado fin de semana... Tres, ¿lo oyen? Tres (y ahora toca escuchar lo del pacto de estado contra la violencia de género), pues de los tres asesinos machistas uno se suicidó de verdad, otro no hizo nada y el tercero, tras estrangular a su esposa y dejarla bien muerta, se acuchilló a sí mismo en zonas vitales, pero, oye, que no acertó del todo y está en el hospital recuperándose de su pena. Porque seguramente todos las querían, ¿verdad? Lo que pasa es que no tuvieron más remedio que disponer ejecutivamente de su propiedad. Y volvemos a sumar declaraciones de repulsa, estadísticas de violencia de género (un incremento del 47%, 28 mujeres y cinco niños, porque ya se sabe que «te voy a dar donde más te duele»), minutos de silencio y dolor de las mujeres y hombres que no conciben este mundo sin respeto. Necesitamos combatir esto, con dinero, desprecio a los gestos de machismo, acciones positivas, protección y convencimiento. Pero un fin de semana sangriento como el último de mayo del 2017 destruye cualquier optimismo.