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Rosa Munda

Francia ha transmitido una señal de alivio para Europa, pero también otra runa de malos presagios para la socialdemocracia europea. Hollande se encomienda a que sea el tiempo quien macere su lugar en la Historia. Esa misma hibernación planteó Zapatero cuando practicó con el presidente francés saliente una no reelección forzosamente voluntaria. Y Martin Schulz, la gran esperanza de la izquierda moderada, pierde en los comicios de Schleswig-Holstein, dejando aún más incierto el panorama socialista en el viejo Continente.

En España, tampoco es buena la deriva socialista. No hace falta recurrir a modelos matemáticos para apuntar el posible deslizamiento hacia el abismo. Indudablemente, las primarias suponen un ejercicio de higiene democrática, pero ese venteo se ha producido cuando la herida aún no ha cicatrizado, y se acentúa el riesgo de infección. Los avales han confirmado el canon del triunvirato, con el tercero en discordia que solo se recuerda por esa pericia adquirida del muleteo de la memoria. Así, Craso es impronunciable sin haber vocalizado previamente a sus más grandes acompañantes: César y Pompeyo. Ya sabemos que a Patxi López le ha tocado ser el tercero en discordia. Lo dramático va a resultar asignar los otros dos papeles. Dejemos a un lado la geolocalización exacta de Munda, más en el término municipal de Montilla o en las lindes de Montemayor. Pero esa batalla no solo decantó la suerte de Roma, sino la propia de nuestra ciudad. Córdoba estaba con Pompeyo, y el divino César aplicó la cólera de los dioses sobre la colonia. A sangre y fuego, como puede ocurrir cuando la balanza se decante por Susana Díaz o Pedro Sánchez.

Difícil está encauzar este fratricidio. Al oficializar su candidatura, la presidenta andaluza podía pensar en una proclamación anunciada con los shofares de Jericó. Es indudable que capitanea el recuento de rúbricas, pero el problema sigue sin moverse un ápice: su falta de apoyo en comunidades críticas, con una Cataluña que le ha dado la espalda para sepultar todo amago charneguista. Pero Pedro Sánchez también es la vindicación de la derrota, con un mensaje laminado por su incapacidad para construir, electoralmente hablando, una cruzada contra la corrupción. Y en esta lucha parece estar más en juego la victoria para consumar derrotas anticipadas que conjurarse en la anticipación de la derrota.

Ni el socialismo está caduco, ni por la gracia de Dios, está predestinado a durar tanto o más que la propia Iglesia. Posiblemente, el partido socialista no pueda arrogarse la invocación del Espíritu Santo, pero sí articular propuestas que viren el rumbo de esta profecía de la decadencia. España no se ha vaciado de ese poso socialdemócrata, pero las propuestas de muchos de sus dirigentes se han vuelto escleróticas. Las soluciones no son los milagreos, ni las glorias pasadas, ni carismas desinflados más propensos al iluminismo que a las fintas en el cuadrilátero. Craso apela a la unidad, sabiendo que es su única y acaso huera posibilidad de no ser el tercero en discordia.

* Abogado

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