EL 26 de julio escribía en este diario, a propósito del camión que irrumpió por el paseo de los Ingleses en Niza atropellando intencionadamente a la multitud (84 muertos y 100 heridos graves), que en la Filmoteca Nacional había un guión, El furgón Blanco, escrito en 1962 por los alumnos de dirección de la Escuela de Cine que con imaginación, cincuenta años antes, predijeron ese suceso y que en 1971 Spielberg con El diablo sobre ruedas se estrenó como director con el mismo tema. Desde entonces, decía, muchos sabemos que el camión se puede convertir en una máquina para matar y lamentaba que los dejaran circular sin comprobar la salud mental del conductor.

A principios de este mes aparece por las calles de Madrid otro enorme furgón, esta vez tintado de naranja, proclamando sin pudor la fobia a la transexualidad. Y como en el caso de los camiones asesinos, este monstruo se lanza contra la dignidad del individuo, como si el tema sólo mereciera el tratamiento ominoso que se le daba a la mujer barbuda en la barraca de feria, al igual que al desprecio del ser humano por la Nazi Ciencia, el electroshock al homosexual de la post guerra, la exaltación de la falocracia y a la más vergonzante ignorancia antropológica. Este Bus, pues, aunque incruento, conlleva el mismo instinto que los que masacraban por Niza, Berlín o el del demonio sobre ruedas.

El presidente de Hazte Oír, Ignacio Arsuaga, defiende la campaña afirmando que el grupo tenía derecho a expresarse libremente y a protestar contra «leyes de adoctrinamiento sexual». Mas si este propósito en democracia es respetable, pierde su honorabilidad al estar dirigido a niños que no son precisamente los que pueden legislar, o sea, que denuncian adoctrinamiento cuando son ellos los que de forma ignominiosa lo están pretendiendo: «No te dejes engañar». Según Arsuaga, el mensaje proclamado desde el autobús naranja es, simplemente, «un hecho biológico que se estudia en las escuelas». Y esto encierra una ignorancia crasa o, quizás, más bien, un engaño sibilino.

Para establecer comparaciones válidas entre dos conjuntos, o bien se estudian elementos similares de cada uno de ellos o se comparan los conjuntos completos. Lo que no es honesto y carece de rigor es comparar un elemento de un grupo versus otro conjunto completo. Es pues, una manipulación decir que «los niños tienen pene (elemento), las niñas tienen vulva (conjunto)». Y la cosa es grave pues hay una intención clara de no reconocer en la niña, como tantas culturas hicieron, incluida nuestro historia reciente, la estructura específica, no implicada necesariamente en el aparato reproductor, si no donde se genera el placer sexual femenino: el clítoris, cuerpo cavernoso y eréctil. Órgano de procedencia embrionaria idéntica al pene, de arterias, venas, nervios dorsal y profundo, similares. Ambos tienen glande y prepucio y se estimulan mecánicamente produciendo placer sexual y orgasmo. En fases de desarrollo embrionario no se distinguen el uno del otro: el niño, pues, tiene pene y la niña, también. La diferencia una vez terminado el desarrollo, está en el tamaño. Más si hablamos del placer sexual, ¿esto tiene especial importancia? Desiderio Vaquerizo en su magnífico artículo El tamaño sí que importa habla de la mitificación del falo grande en la mitología griega: Al dios Priapo le llegaba su pene erecto hasta las rodillas, por eso llamamos priapismo a los dolorosos cuadros clínicos por una erección persistente. «En contraposición el desnudo masculino en Roma se decanta por un pene pequeño símbolo de belleza, virilidad, buen gusto y también fertilidad, justo lo contrario, pues, que en nuestros días». Sic. Magister dixit, Yo no tengo licencia para opinar sobre pleitos métricos entre Olimpos, pero coincido en que desde la antigüedad venimos padeciendo una educación Falocrática, machista, que se hace evidente cada día (hoy de color naranja), y es la principal causa para generar la violencia de género.

Está muy bien prohibir y castigar a los que les corten la cola a su mascota, y con mayor motivo no se debe transigir con los que le amputan a la niña el clítoris. La ablación es una deuda --aún no saldada-- que tiene la humanidad con la mujer. Así, como lo es, su ocultación (castración psicológica) en el nacional catolicismo. Con la niña del carro de combate naranja, pues, no solo van contra el transgénero sino que, misóginos, utilizan la palabra vulva, que en ese contexto, es un subterfugio: continuar sin reconocer que ellas tienen un órgano específico para obtener el placer sexual. Arsuaga: «los niños tienen pene, las niñas tienen clítoris», salvo que, como me temo, les hayan practicado la ablación.

* Catedrático emérito de Medicina