En el cielo de Oriente hay quien aún cree ver estrellas de la anunciación. Y no. Son bombas. En Siria ya no hay cielo. Para muchos solo hay infierno. Nos lo cuenta el profesor Abdul-Kafi Alhambo, «no creáis más en las Naciones Unidas ni en la comunidad internacional»; o Lina Shami, «cada bomba es una masacre»; o Monther Etaki, «hay ejecuciones masivas. Esto es un genocidio». Y muchos más que nos lo querrían contar, pero o no tienen los medios o están muertos.

En Siria, Bashar el Asad es el rey. Lo han coronado como el mal necesario. Así lo ve el Occidente más sibilino. Así le permiten aniquilar a su antojo. A los rebeldes y a los kurdos les ha tocado perder. Llevan más de cinco años de guerra desigual. Hubo un tiempo en el que a Asad lo intentaron parar Obama y Francia, pero Rusia y el crecimiento y la amenaza del ISIS fueron el argumento para que el dictador siguiera reinando.

Europa no existe. Se vio durante la carnicería de Kosovo. Y hoy hablamos de Alepo. Somos una parodia bienintencionada. Cacerolas, velas, canciones de Lennon, manifiestos... mientras la partida se juega con muertes, bombas, química y fuego. Oriente también ha hecho que le luzca más la corona a Vladímir Putin. Su descarado gobierno, que apenas se esconde de manejar sus intereses económicos por encima de consideraciones humanitarias, se ha hecho fuerte. Sigue siendo lucrativo para los oligarcas cercanos al Kremlin, y con el mantenimiento de Asad en Siria, le ha demostrado al mundo su poderío.

Y más ahora, que acaba de llegar Donald Trump a la Casa Blanca para completar la terna real. Trump parece emular al ruso al formar gobierno y se ha rodeado de tiburones de las finanzas y del petróleo. Pero lo más llamativo es que Trump ha nombrado como secretario de Estado a Rex Tillerson, presidente de Exxon Mobil y «amigo» de Putin. Tienen intereses comunes. Los rusos interfirieron en la campaña electoral norteamericana cargando contra Clinton y ahora, en las alforjas de Putin, Trump y Asad hay más que oro, incienso y mirra.

Ellos van a escribir a su antojo el nuevo libro de instrucciones del mundo. Con la fuerza de sus armas como argumento. Y la de sus negocios e intereses. Sin costes. Abdul-Kafi, Lina y Monther no van a escribir la historia porque son los perdedores.

Los tres reyes son a su vez tres mosqueteros. Uno para todos y todos para uno. El resto no importa. Lo bueno de Trump, Putin y Asad es que nos recuerdan que los cuentos de hadas no existen. El capitán América no volverá a arreglar nuestros problemas. Y sí: el mundo es cruel e interesado. Pero ¿y nosotros, los europeos? ¿Vamos a ser capaces de crear un ejército dispuesto a matar para proteger causas nobles aun volviendo nuestros soldados a casa en bolsas de plástico, o solo seguiremos tocando la cacerola antes de cenar?

* Periodista