Todo intento de golpe de estado abre muchos interrogantes. En Turquía quedan años de recorrido para saber quién estaba detrás de este último y qué intención perseguía. Pero mientras se aclaran estas cuestiones abiertas, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha aprovechando para sacar el martillo.

En Turquía, el respeto a los derechos humanos siempre ha sido débil, especialmente hacia las minorías. El compromiso a favor de la libertad de expresión de los medios o la lucha contra la corrupción ya estaban en entredicho antes del golpe. Pero con esta represión masiva la sospecha es que, más que una revancha injustificable, estemos frente a un nuevo paso en la deriva autoritaria de Erdogan y su intención de convertir Turquía en un régimen a su medida. Embarcado en una purga de proporciones mayúsculas, se hace difícil --más bien imposible-- responsabilizar del golpe a decenas de miles de personas en cuestión de horas o días, a no ser que existiera ya un plan con listas de todo lo que huele a oposición. Aunque la represión y la tortura se ha extendido más allá de los mandos, la nómina de responsables en el Ejército es fácil, pero lo que parece más difícil es que horas después del golpe hubiera miles de funcionarios, jueces o profesores del sistema público, curiosamente los que defienden un sistema laico de justicia y enseñanza, detenidos o despedidos de sus trabajos.

Extender la persecución a periodistas era cuestión de días y más si la información se dedica a cuestionar esta respuesta exagerada. Erdogan consiguió parar el golpe gracias a los nuevos medios. Frente a la toma de la televisión pública, el presidente utilizó las redes sociales para sacar a la gente a la calle. Ahora la policía controla el acceso a internet, a las redes sociales, ha cerrado más de un centenar de medios en todo el país y la lista de periodistas detenidos por realizar su trabajo aumenta.

Amnistía Internacional habla no solamente de detenciones arbitrarias, sino también de vejaciones y violencia física. La tortura casi nunca sirve para arrancar información, pero asusta y también apaga cualquier mirada crítica. Es el primer síntoma del camino hacia un régimen represivo.

¿Será esta la deriva? Erdogan ha ganado todos los frentes al golpe, pero con la represión está acentuando la fractura entre Turquía y occidente, entre el Gobierno y la oposición, entre el Estado y las minorías y, sobre todo, entre quienes defienden el camino hacia la modernidad laica y los que quieren el regreso del islam a las instituciones. Con la represión y la tortura es difícil que la oposición haga su papel. Hasta el golpe, todo el mundo sabía que si el presidente intentaba desviar al Estado hacia una deriva islamista, los militares le frenarían. Con la purga en el Ejército el presidente ya tiene carta blanca.Si teníamos dudas de hasta donde puede llegar Erdogan, ahora vamos a verlo. H

* Periodista