La selección española está compuesta por un coro de ángeles más atentos a jugar sobre su nube que a las amenazas de peligrosas tormentas que existente en las alturas de competiciones de este tipo. Si todo le sale redondo, como ocurrió en parte contra Chequia y sobre todo frente a Turquía, la música suena celestial en el violín de Iniesta o el arpa de Silva. Las notas eléctricas que brotan de la Thunder de Nolito o la fina percusión de la batería de Morata son también un placer para el fútbol que se ve y se escucha. Croacia, sin Modric, Mandzukic ni esa bestia parda de central que es Vida, asomó en apariencia ausente de columna vertebral. Pero ya se sabe que los deportistas de este país transportan en su ADN un doberman, una capacidad competitiva que va más allá de apellidos ilustres. Así, ambiciosa, se aplicó en su veloz y punzante agresividad para asestar dos dentelladas letales para el equipo de Vicente del Bosque, que se pasó toda la noche ofreciendo un recital indie con poca chicha. El gol de la derrota retrató con exactitud el encuentro: una contra llevada por Kalinic y rubricada por Perisic electrocutó a una España lenta física y mentalmente, de melodía dulzona que sólo le sirvió para adelantarse en el marcador y creerse que el cielo estaba despejado. El penalti fallado por Ramos fue otra de las señales de que nadie supo interpretar el parte meteorológico de este partido.

Este resultado en un escenario de primer nivel despierta de inmediato las dudas. España confirmó que no es un portento defensivo ante enemigos con motores musculados, que su mejor protección reside en la posesión y el ataque. Con ese estilo innegociable pero que deberá de ajustar (tácticamente) en los retornos tras las pérdidas de balón tan arriba, tendrá que afrontar ahora un camino minado cuando esperaba una autopista sin curvas. Le van a salir al paso Italia y, si sortea a los azzurri, casi con absoluta seguridad Alemania y Francia. En el caso de llevarse el título lo hará con todas las de la la ley, dejando en el arcén a campeones del mundo. Para conseguir su tercer trofeo consecutivo deberá imprimir a su inmaculado estilo un toque mefistofélico. Porque se ha topado con el infierno de Dante.

El lunes habrá que esmerarse. Antonio Conte ha despejado el grupo de estrellas para dotarlo de "hombres", de cinco marcadores, entre ellos los pretorianos de la Juve Barzagli, Bonucci y Chiellini, y tres centrocampistas laboriosos. El clásico sistema de fortificación ha desplazado a la improductiva propuesta de toque de Prandelli. "Uno per tutti, tutti per uno", es el lema de esta Italia que resume así Leonardo Bonucci: "Nuestra receta es el sacrificio, la humildad y que los tenemos cuadrados". Podría estar hablando de Emanuele Giaccherini, 31 años, el centrocampista del Bolonia, quien con sus 167 centímetros de altura hace las delicias de Conte, el alma mater de esta legión de desconocidos que luchan con más arrojo que fútbol por cada triunfo.

La Roja puede fulminar al dragón de dos cabezas de Conte con su coro de ángeles, pero la cita va exigirles que en su guitarra de los milagros el mástil sea una espada. Su belleza tendrá que ser de este mundo, quizás más cuadrada.