Los atentados de París y Bruselas forman parte de una ola de ataques cometidos por el Daesh (ISIS) en diferentes lugares del mundo que, a su vez, coinciden con una serie de atentados realizados por otras facciones del terrorismo yihadista también en lugares diversos. Así, solo en marzo de 2016, podemos sumar, a esa macabra escalada, los atentados de Ankara (37 muertos), Grand Bassan (16), Maiduguri (22), Estambul (5) y Lahore (69).

En el caso del Daesh, la cadena de atentados, especialmente los de París y Bruselas, supone claramente una respuesta a las derrotas importantes que esta facción está sufriendo en Siria e Irak, donde ha perdido territorio, está perdiendo ciudades como Ramadi, Palmira y, presumiblemente, Mosul en próximas fechas, y se está quedando sin su principal fuente de financiación: el petróleo. En el caso de otras facciones yihadistas, como Al Qaeda, los atentados responden a sus propios objetivos, incluido el de competir con el Daesh por el protagonismo en los medios de comunicación.

El baño de sangre y dolor emprendido por el yihadismo no es una guerra únicamente contra occidente, esto es, contra el mundo desarrollado encabezado por Estados Unidos, la Unión Europea y otras democracias más o menos avanzadas. Es una guerra global contra los enemigos del yihadismo y en esa categoría nos encontramos la inmensa mayoría de los seres humanos que habitamos este planeta, seamos creyentes, agnósticos o ateos, de izquierdas, derechas o centro, ricos o pobres, o de cualquier raza o condición, a los que la brutalidad terrorista nos ofrece como única alternativa someternos a su visión primitiva del islam o sufrir y morir como infieles.

Ciertamente, los países occidentales somos un objetivo prioritario de los terroristas porque un sistema donde el individuo tenga garantizados por ley una serie de derechos y libertades frente a la autoridad, se permita la alternancia en el poder de ideologías muy diferentes entre sí y el poder mismo esté dividido y sometido a control, es lo más alejado de la mentalidad estrecha y brutal de los yihadistas. Pero no tenemos la exclusiva, dado que en esa estrechez de miras cualquier desviación es tomada como una afrenta. Muchos musulmanes también han sido asesinados por sus creencias. De hecho, los yihadistas ni siquiera se soportan entre ellos mismos, siendo bien conocida, por ejemplo, la enemistad entre el Daesh y el Frente Al Nusra (integrado en Al Qaeda), entre otras.

En este sentido, la guerra emprendida por el yihadismo no es solo una guerra global en sentido geográfico, por afectar a todas las regiones del mundo, sino también por los medios que emplea. Por consiguiente, el papel de los medios de comunicación y de la propia opinión pública es de una importancia esencial. Por increíble que parezca, lo que el terrorista busca con gran parte de sus acciones es publicidad. Su objetivo es sobre todo llamar la atención sobre su causa, levantar el ánimo de sus partidarios, buscar nuevos adeptos y atemorizar a sus enemigos (o sea, nosotros), para que cedamos a sus pretensiones, dado que a campo abierto no tiene nada que hacer en un supuesto combate.

En ese contexto, cometer una matanza en una capital importante de Europa o Estados Unidos les asegura abrir los telediarios y muchos minutos en las grandes cadenas de televisión de todo el mundo. Pero no son los únicos lugares donde lograr ese objetivo. Matar en Estambul, Nairobi, Lahore, Yemen u otros sitios donde, digamos, lo tienen más fácil, también les garantiza una importante cuota de pantalla.

En la batalla ideológica, muy importante, es diferente la tarea de indagar en las motivaciones de los terroristas (los objetivos que buscan), para desactivarlas, que atender a las supuestas justificaciones que ellos dan a sus crímenes. Por eso me parece un error mayúsculo esa tendencia que tenemos en occidente a echarnos la culpa por todo. Obviamente, tenemos responsabilidad por muchas cosas y también hemos causado mucho dolor y mucho daño, que deberíamos reparar. Pero algo habremos hecho bien aquí para que miles de personas de otros lugares del mundo se jueguen la vida por venir, traerse a sus familias y quedarse a vivir en nuestra tierra. En la estúpida mente de alguien que es capaz de asesinar a personas inocentes para conseguir publicidad, no hay ideología ni más horizonte que su propio fanatismo.

Siendo la violencia yihadista un ataque global, la respuesta frente a ella debe ser igualmente global. No podemos desentendernos de lo que pase fuera de nuestras fronteras, como hemos hecho hasta ahora. Y no podemos limitarnos a soluciones unidireccionales. Tan error es pensar que esto se arregla solo con la fuerza como pensar que esto se arregla solo con medios pacíficos. Al terrorismo yihadista hay que combatirlo globalmente dentro de la legalidad, con la fuerza, con la diplomacia, con el desarrollo y con todas las herramientas que tengamos a nuestro alcance. Da miedo, pero no tenemos otra opción.

* Profesor de Derecho Internacional