Hemos de reconocer que en los últimos meses hemos vivido una vorágine política. Las elecciones de mayo, las catalanas de septiembre, los atentados de París, las elecciones generales de ayer...Casi todo el discurso público ha estado dominado por la política. Mucho ruido político. Las propuestas de reforma de la Constitución, el tema territorial, la corrupción, el debate sobre los debates, etc., de todo eso ha habido tuits y confrontación en las redes y en los platós, aunque escasas propuestas argumentadas y sosegadas. Casi nada se ha hablado de economía, y lo poco que se ha hablado mal y dogmáticamente. Parece como si la economía española estuviera, por aquello de estar creciendo, ya sana, cuando no lo está.

Es cierto que la economía española está recuperándose, pero aún sigue enferma. Está enferma porque no ha terminado de salir de la crisis, está bajo medicación, y una de sus constantes vitales, el paro, sigue demasiado alto. Es cierto que el punto crítico se ha superado y que hoy crece, que tiene crédito en los mercados internacionales y que está reduciendo el desempleo. Pero no es menos cierto que es una economía que crece porque está bajo los efectos de una medicación fuerte que no puede prescribirse para siempre so pena de generar adicción: una política fiscal expansiva y una política monetaria superexpansiva. Es decir, la economía española crece porque tiene un déficit público de más del 4% y no debe acostumbrarse a crecer así, sencillamente, porque acumularía una deuda pública (ya en el 100% del PIB) insostenible en el largo plazo. Como no puede acostumbrarse a unos estímulos monetarios con tipos de interés cercanos al cero, porque el resultado a largo plazo es o una nueva burbuja por crecimiento de los precios de los activos o inflación. Más aún, la economía española aún no ha definido lo que quiere hacer cuando salga del hospital, pues nadie está pensando ni en sus características esenciales, ni en su composición sectorial de dentro de diez años. Dicho de otro forma, nadie está pensando si queremos una economía exportadora o una economía de crecimiento interno; ni si queremos una economía más equilibrada o tan dependiente de lo público como hasta ahora; ni si vamos a hacer una economía medioambientalmente eficiente, o si queremos una economía más industrial o más turística. Nadie está pensando en el tamaño de nuestras empresas, ni en el grado de competencia en nuestros mercados. De momento, como cualquier enfermo convaleciente, se está dejando llevar, y está aprovechando dos circunstancias para no pensar: no va a hacer ningún esfuerzo en su dieta energética porque el petróleo está barato; como no va a hacer ningún esfuerzo en pensar en el trabajo futuro para cuando salga del hospital porque vive de las rentas turísticas, que obtiene casi sin esfuerzo y son crecientes porque a sus competidores en el Mediterráneo les va mal.

La economía española sigue enferma y sería bueno que los políticos le dediquen una mayor atención. Eso sí, con mejores fundamentos científicos que los que han demostrado en la campaña electoral, porque ni el paro se cura con un artículo nuevo en la Constitución ya que no es la voluntad política la que genera empleos, sino la capacidad de riesgo de los empresarios cuando invierten; ni el Estado del Bienestar se hace sostenible con un Pacto (aunque sea en Toledo) porque eso no hace crecer la base poblacional ni la productividad de la población ocupada; como no se soluciona el problema de falta de tejido industrial porque Cataluña encuentre un "encaje" con el resto de España.

Con las elecciones de ayer termina el ciclo electoral español. La legislatura que empieza será muy política porque ha habido un cambio significativo en los actores y porque las circunstancias económicas son menos perentorias. Pero se equivocarían los políticos si no le prestan atención a nuestra convaleciente economía, porque aún necesita cuidados para no recaer, pero, sobre todo, necesita mucho menos ruido.

* Profesor de Política Económica.

Universidad Loyola Andalucía