Vaya proceso postelectoral que estamos viviendo desde la tarde-noche del pasado domingo. Desde luego, como dice el refrán, el que no se consuela es porque no quiere. Y no se trata de una apuesta optimista y vital, sino más bien del escaso alcance intelectual que nos preside.

Me sigue sorprendiendo, y avergonzando, que tras el recuento electoral todos los candidatos aparecen como exultantes ganadores. Cuando muchos tenían que estar llorando por los rincones tras el batacazo y la falta de confianza del electorado, una pose de cinismo mal aconsejado por algún asesor los muestra como triunfadores sin reparos. Sin duda, el triunfo de los perdedores. Tanto el que pierde 5 escaños, como el que pierde 9 diputados. ¿Desde cuándo 71 es menos que 62 escaños? Las explicaciones son patéticas. Unos dicen que han ganado por haber superado la previsión de las encuestas, otros mantienen que han guardado el tipo --como si esa fuese la vocación de un partido--, y los que más votos han sacado aunque lejos de la mayoría social se autoarrogan un mandato secesionista que tiene más de visionario que de voluntad popular.

Por lo demás, aquellos otros que se presentaban como las nuevas alternativas, solo confirman su opción inmensamente minoritaria en la voluntad democrática de la sociedad catalana. Objetivamente, solo han ganado quienes han avanzado, quienes tenían 9 y han pasado a 25 diputados. Qué lejos queda aquello de al pan, pan y al vino, vino, que nos ayudaba a tener las cosas claritas.

Y además, sorprende el descaro con que dichos candidatos muestran su supuesto triunfo, la impudicia para engañar al personal con unas cámaras delante, la desfachatez para llamar a lo negro, blanco. Un claro insulto a la inteligencia, sin despeinarse siquiera, realizada por profesionales del marketing de sillón.

Y es que en el curriculum académico, en los planes de acciones tutorial, deberíamos incluir como habilidad social, la enseñanza de la tolerancia a la frustración y el síndrome del fracaso. En la vida hay que saber perder, nos haría a todos más creíbles, más humanos, más responsables, más autocríticos. Teniendo claro que no es lo mismo saber perder cuando se compite con otros, que ser un perdedor por no intentarlo siguiera.

Lamentablemente comprobamos, una vez más, la ausencia de líderes. Los líderes aceptan la culpa, los perdedores se la pasan a otro. Ahora, estaremos expectantes para ver cómo gestionan todos los triunfadores su monumental éxito en el que se han colocado ellos solos, porque nos da la sensación de que la sociedad en su conjunto se encuentra fragmentada, perdiendo tiempo y energías para lo verdaderamente importante.

* Abogado