Podría escribir: de la pérdida de un Estatuto a la amenaza y el miedo por una ruptura. Y aquel ciclista apareció de repente pero con sus pasos bien medidos: yo acababa de bajar mi propia bicicleta de la baca del coche y los tres: mi coche, mi bici y yo, es cierto, en el rojo carril destinado a los ciclistas en exclusiva. Así es que el joven nos vio de lejos y se vino preparando su enérgico discurso. Además, aquel muchacho acabaría de coronar un puerto: con el vigor y la osadía del héroe. "¿Es que no puede ponerse con el coche en otro sitio?". Sonó a malos modos, a groseras maneras en la boca de un chaval que se dirige a una persona mayor, como si la acabara de sorprender in fraganti en una falta grave. "¡No puedo entrar por la altura de la cochera y paré un momento para bajar la bici!". Fue una explicación rápida, al tiempo que le indicaba con gestos que él podía seguir, puesto que no había escalón entre la acera para los peatones y el carril bici, que ocupaba mi coche.

El no esperaba mi preparada respuesta y, lentamente, pareció continuar. Pero entonces: "¡Y luego la gente mayor se queja de la juventud!". Lo dijo a gritos y bajo un sol de mediodía que me derretía los sesos. Así que saltó mi soberbia o mi orgullo, pienso que porque no había querido entender una palabra de aquella explicación que me había esforzado en darle. Mecánicamente y porque no me cabía en el pecho, se me escapó: "¡Será capullo el tío!". Entonces se volvió y, en tono amenazante, a voz en grito para que se oyera, repitió su ofensa: ¡Usted es un sinvergüenza! ¡Eso es usted: un sinvergüenza!...

Capullo y sinvergüenza tienen tanta similitud en sus significados y, por tanto, en sus categorías de ofensas, como pillo e inmoral, enamoradizo y putero, colérico y asesino. Un capullo puede ser simple, tontaina, comprometedor sin fuerza; incluso, gilipollas, pero sinvergüenza exige unos motivos continuados de malas conductas, que lo mismo se pueden aplicar a un violador que a un exhibicionista o al que engaña y roba a los ancianos. Pienso que existe una clara desproporción entre los apelativos arrojados: capullo y sinvergüenza. Aunque se desentrañaran con similar intensidad.

Leí el razonable artículo de Felipe González, gran torero de la política. Un escrito, cargado de sentido común y paternal, pero que me ha abocado a presentar esta larga introducción. A González no se le habría presentado semejante situación con los catalanes: es, o era, listo y dialogante. A esos españoles de catalán, sardanas, els castells ..., de ancestrales y heredados deseos de independencia, se les maltrató durante años. Fueron voces de la derecha más rancia y soberbia. Voces por todos los medios "¡No compréis sus cosas! ¡Que se vayan!". Ofensas y desprecios. ¿No recuerdan? Toda una campaña.

Entretanto, aprobado el Estatuto Catalán en los Parlamentos, otra vez la derecha eleva al Constitucional su torpeza para echar por tierra lo que a catalanes y gente sensata parecía una solución.

¿De qué duro puerto de montaña bajan esos españoles tan españoles, más torpes que útiles patriotas? Traté de explicar mis motivos al joven ciclista hasta estallar con el ¡Capullo!, que rebotó en su interior con aquel grave ¡Sinvergüenza! en el mío. Los catalanes habrían seguido silenciosamente frustrados con su Estatuto, pero los patriotas del Cid y los obispos nos han castigado a todos a vivir en la incertidumbre y el miedo de un callejón de muy difícil salida. ¡Ah, si yo me hubiese contenido!...

* Profesor