Visto retrospectivamente el siglo XX puede identificarse como el siglo de la violencia exacerbada. Las dos guerras mundiales, con sus desastrosas consecuencias y que hundían sus raíces en las vicisitudes de un mundo que se expande sin obedecer más que a la lógica del desarrollo de un capitalismo en crisis, quizás, no sean sino su expresión más evidente. No es casual que analistas tan agudos como H. Arendt y E.H. Hobsbawm, hayan utilizado conceptos como "brutalización de la política", "banalización del mal", "era de las catástrofes" para caracterizar estos años que se inician con el estallido de la I Guerra Mundial.

Cuando solo hace unos meses que se ha cumplido el centenario del comienzo de la Guerra Europea (1914-1918), todavía los historiadores reflexionan acerca de muchos de los acontecimientos vinculados a la misma que resultan controvertidos (la polémica de las responsabilidades), que requieren nuevos esfuerzos de investigación a la luz de fuentes poco utilizadas o que, sencillamente, no han logrado entre la opinión pública el grado de conocimiento que su gravedad e importancia merecen.

Sin duda, una de esas cuestiones es el llamado "genocidio silenciado", es decir, la auténtica masacre perpetrada por el estado turco contra la comunidad armenia aposentada en el seno del Imperio Otomano, iniciada en una coyuntura en la que, apenas, la barbarie que acompañaría la marcha de los acontecimientos bélicos desarrollados tras el magnicidio de Sarajevo había comenzado. Y es que, en efecto, la erradicación programada de la milenaria presencia armenia en la meseta de Anatolia fue obra de una autoridad estatal, la de los llamados Jóvenes Turcos, y se hizo en nombre de un proyecto político que estigmatizaba a un grupo definido de forma étnica y cultural y que intentó ser destruido en cuanto tal. Rápida y eficaz, la operación se nutrió de una cultura ancestral, forjada con anterioridad, de odio y rechazo de lo diferente que, incluso, incluyó algunas masacres como las denominadas "hamidianas" a finales del XIX. De manera que, a partir del 24 de abril de 1915, terminaría abriéndose, mediante la puesta en práctica de intensísimos programas de eliminación física (se calcula que no menos de 1.500.000 armenios perecieron en aquellos años), deportaciones masivas a campos de exterminio, incautación de todo tipo de bienes, etc., la era del genocidio moderno para el resto del siglo XX (holocausto judío, genocidio camboyano, o etnicismos genocidas en Indonesia, Bosnia y Ruanda, entre otros).

Culpabilizando a los armenios de la derrota de Sarikamis ante el ejército ruso y con la excusa de sofocar una revuelta nacionalista en la ciudad de Van, el Gobierno de los Jóvenes Turcos desencadenaría un conjunto de acciones represivas que, iniciándose con la detención de las elites intelectuales y políticas armenias, terminarían con la eliminación física de un notorio contingente en las ciudades turcas donde estaban establecidos, pasando por la deportación a los campos situados en las fronteras de Siria e Irak. Pese a que desde el fin de la I Guerra Mundial surgirían las denuncias de este "genocidio silenciado" procedentes del mundo diplomático --H. Morgenthau, embajador de los EEUU--, desde el ámbito militar, desde la propia historiografía como hiciera un joven A. J. Toynbee, o desde el de la jurisprudencia como planteó el propio R. Lemkin, sin embargo, el reconocimiento político del genocidio armenio ha corrido una suerte llena de dificultades.

Por todo ello, este centenario de aquel 24 de abril de 1915 debe servir para que la difusión y conocimiento de lo que ocurrió con el pueblo armenio, deje de situarse, pese a los esfuerzos realizados por algunos sectores intelectuales, políticos y desde luego los de las comunidades armenias entre ellas la que vive en nuestra ciudad de Córdoba, entre el olvido, la negación o el reconocimiento reticente o, de igual forma, en la lejanía de una "memoria incomoda" y, por el contrario, esta fecha suponga un motivo de reflexión sobre uno de los episodios más luctuosos del pasado siglo XX y de que, definitivamente, valoremos que lo sucedido con el pueblo armenio, como diría nuestro admirado J.L. Borges, entró con derecho propio aquel día 24 de abril de 1915 en la Historia universal de la infamia.

*Catedrático de Historia Contemporánea