Los carnavales cristianos han agotado sus festividades en un proceso de deterioro de sus esencias originariamente catárticas y paganas. La celebración de la vida y el desplome de las normas sociales eran propiamente dionisíacas. Dioniso es uno de los dioses más cercanos a nosotros, y a la vez más ajenos que tiene el panteón griego. Más cercano porque él mismo nace de una mortal, Sémele, y sirve de nexo entre el hombre y los dioses con sus salvajes rituales. Es probablemente también el dios más sugerente, si no nos quedamos en la consideración simplista de "dios del vino". Dioniso es mucho más, es el lado salvaje, irracional, es la fuerza de la naturaleza cíclica, de la regeneración vegetal, y por ello también es el más ajeno. Saca a los hombres de sí mismos, los conduce a su vertiente animal, extraña, y en general representa el gran misterio de la vida, siempre como intermediario, cercano y placentero, pero también peligroso. Sus símbolos son la vid, la piel de ciervo, el tirso --un bastón místico recubierto de enredadera--, el mirto y la hiedra.

Recordemos su historia: Dioniso es hijo de Zeus y la princesa tebana. Su extraño nacimiento lo hace surgir engendrado como un dios por una mortal; no ha tenido que ser héroe y pasar por la divinización, como le ocurrió a Heracles, y se contrapone al sereno Apolo por la música sensual y extática que lo acompaña, de percusión y ritmos orgiásticos, frente a la serenidad de la lira apolínea. Es el dios del entusiasmo báquico y místico, el creador de la vid y del vino, de las danzas salvajes, el que llega del misterioso Oriente con su cortejo festivo de bacantes y sátiros, invitando a la celebración nocturna y frenética, liberadora e inquietante. Así lo canta el coro de la inmortal obra de Eurípides, Bacantes: "Venid, bacantes, venid, vosotras que a Bromio, hijo de un dios, a Dioniso, traéis en procesión desde los montes de Frigia a las anchurosas calles de Grecia".

No es de extrañar la clásica oposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Apolo es el dios lejano y perfecto que ya apuntara Nietzsche. Dioniso, en cambio, es cercano e íntimo, para bien y para mal: el goce y el dolor se aúnan en su figura. Tiene un carácter liberador y su gran regalo a la humanidad es el vino, que libra de las penas y anima a la danza extática, que saca fuera de sí a los que bailan, inspirados por la manía, la locura divina. No hay vínculo capaz de apresar la fuerza de la naturaleza que representa Dioniso. Ni las prisiones de Penteo en las Bacantes, ni el barco de los piratas tirrenos en las Metamorfosis de Ovidio-; nada retiene a este dios, que es fuerza desencadenada y vital. Poderoso es el empuje lujuriante de Dioniso, que se zafa de cualquier cadena y cualquier impedimiento que lo aleje de su objetivo de penetrar en lo más profundo del ser humano, en una intimidad primitiva y ancestral. Dioniso es el dios de lo otro, de la enajenación, por ello representa también al teatro y la máscara.

* Profesor de Literatura