Parece que fumar es una horrible costumbre. Un vicio y un gasto inútil, apuntan algunos no fumadores y gran parte de los "conversos" que algún día lo hicieron. Ni unos ni los otros han sido nunca fumadores de verdad; pero los segundos, además, se han convertido en uno de los grupos de seres más insoportables de la tierra. Probablemente jamás han saboreado el inmenso placer de encender un cigarrillo tras acariciarlo, oler su aroma, sostenerlo con delicadeza entre los dedos, entre una calada profunda y otra más profunda aún: el halo humeante asciende misterioso y ondulado en tanto se experimenta, junto al sabor amargamente dulzón, la suave venganza de la exhalación. Los fumadores verdaderos, aunque lleven años sin fumar, todavía recuerdan y añoran, cada día, el infame placer de la liturgia y el sabor del veneno adquirido en un estanco cualquiera de cualquier esquina.

Los fumadores suelen ser fieles fumadores. Y sin embargo muchos han dejado de fumar. Un respeto. El que no merecen quienes parecen disfrutar arremetiendo constantemente contra los que siguen consumiendo ese veneno para los nervios, como lo llamaban los médicos del siglo XVIII. El tabaco es probablemente el negocio más turbio de cuantos existen, y el que ofrece menor información, porque, ¿cómo es posible que el cigarrillo que, en esencia, solo debiera contener tabaco, sea un producto más adictivo que el alcohol, del calibre de la heroína? Algo más que puro tabaco lleva. En este sentido, en el de la desinformación, los fumadores perplejos hemos formado, formamos parte del grupo de consumidores más estafados, mientras las tabaqueras se mantienen en su inmensísimo negocio, sin apenas competencia, ajenos a la enfermedad y sin ir a la zaga de sus grandes primos, los fabricantes de gasolinas y refrescos.

Y bien, han pasado años desde que yo mismo, aunque siga siendo fumador, he dejado de fumar; y en ningún momento me imaginé a mí mismo escribiendo sobre el veneno para los nervios. Ni escribiendo ni llegando a las postrimerías de una historia personal que no se sabe bien si tiene un solo final. Pero es probable que, al escribir sobre nosotros mismos, no busquemos sino, precisamente, salir de todo lo que somos, de nuestra identidad, convertirla en algo palpable, objetivo. En suma, hacerla de los otros. Es un logro dejar de fumar, no un placer, ni un honor. Animo de verdad a quienes están en la batalla y digo: no hace falta estigmatizar a quienes aún fuman. Un respeto. Dejar de fumar es el final de una historia de placer, veneno y humo. Una decadencia más.

* Profesor de Literatura