En pos de los grandes escritores que ensancharon su espíritu en los días ilusionados y entusiastas de la juventud, el cronista viajó mucho por entonces y después por España, casi siempre en tren, hasta el extremo de hacer de la Renfe la institución más allegada a sus experiencias y memorias de la mocedad y madurez. Sus andanzas de dicha época por la ancha geografía nacional vendrían a compensarle un tanto del dolorido déficit en la contemplación y conocimiento de la de otros países, tardía y escasamente recorridos, en general. Microcosmos de paisajes, gentes y monumentos, nación-síntesis como ninguna de las que integran el viejo continente, las incesantes correrías por las regiones de su patria llegaron, como se decía, a ocasionarle una muy estrecha familiaridad --acompañada de una empatía profunda y contadas salvedades-- con el, desde todos los planos, inabarcable, imprevisible y, a menudo, fantástico y grandioso universo de la Renfe, venido al mundo casi con él... Por encima de regímenes y coyunturas --subdesarrollo, tecnocracia, Alta Velocidad, postmodernidad--, las, en conjunto y a escala histórica, admirables generaciones que protagonizaron tiempos tan llenos de envites y formidables desafíos encontraron en la corporación encargada de la organización de la red viaria uno de sus ligámenes principales, traducidos en un sentimiento de agrado-reluctancia, de simpatía-enojo que formaría parte destacada de su patrimonio anímico e identidad nacional... El amor al tren como símbolo el más alto y expresivo del maquinismo y la modernidad, tan entrañado en los niños y adolescentes --y viejos también, dígase sin rebozo y con valentía o, quizá más bien, simple constatación de una extendida realidad en las sociedades actuales--, haría todo lo demás; es decir, nimbar con los perfiles coloristas del ensueño y la nostalgia el tiempo ido, los capítulos épicos de la Renfe, perpetradores igualmente, claro es, de mil entuertos y molestias y hasta alguna que otra tragedia y drama --con admisión u obligación, por supuesto, muchas veces del plural...-- a los sacrificados y austeros españoles de aquella edad de hierro en sentido no siempre figurado...

Pero en los días del AVE y de los vagones insonorizados --adiós charlas ciertamente únicas y memorables entre hornadas de todas las edades, estirpes y pelajes, de sólito más aleccionadoras e instructivas que enciclopedias y diccionarios-- todo lo anterior pertenece a la más estricta jurisdicción histórica. Llegada la hora de la sentencia inapelable del severo tribunal de Clío, habrá a fortiori que concluir siquiera de manera provisional que la herencia de la vieja y tradicional Renfe no es tan desastrada como se afana en presentarla una poderosa corriente de opinión interesada en ello. La libertad es, qué duda cabe, preferible al dirigismo, pero su mera invocación no implica, taumatúrgicamente, eficiencia y buen servicio. Por el momento, el interregno, el tránsito hacia la tierra de promisión de los altivos gestores del ferrocarril español no semejan conducir a metas de un contrastado y superior confort y ahorro, al paso que el periodo de gracia se acorta a ojos vistas, sin atisbar el horizonte de bienandanza descrito en comparecencias parlamentarias y tribunas mediáticas por los portavoces del mastodóntico ministerio de Fomento, lejos hodierno, en múltiples ocasiones, de hacer honor a la voluntad y pensamiento del ilustre prócer decimonónico que lo creara: el motrileño D. Javier de Burgos, de preclara memoria, no obstante su oportunista afrancesamiento en los años de la guerra de la Independencia, en días recientes tan desastradamente conmemorada en sus efemérides postreras.

* Catedrático