La mañana del partido bajé al Puente Romano con dos de mis nietos para poner una vela a San Rafael y fotografiarnos en ese acto, para que ni al arcángel ni a nosotros se nos olvidara el mutuo compromiso. Yo me había planteado aquel gesto en momentos importantes para mi familia o para mí mismo, pero nunca lo había hecho. Algo me decía que en este momento aquella decisión podría se clave. Para mis dos pequeños acompañantes aquello era algo natural porque suponía una culminación de las dos semanas en que nuestros nervios se iban acrecentando, y algo especial habría que hacer. Ahora ya había llegado el momento clave y había que llamar a cualquier puerta. Seguro que nos echaría una mano. Tuve el placer de compartir el partido con tres generaciones de mi familia y con otros amigos y, conforme el tiempo pasaba, cada uno se expresaba según su forma de ser. Los pocos aficionados al fútbol eran realistas y tenían claro que aquello no marchaba bien, que la técnica de los jugadores rivales era muy buena, el público los llevaba en volandas y los cordobeses eran minúsculos puntos negros en un entorno hostil. Los niños me miraban, interrogándome y sin entender aquellos comentarios demoledores, que no se correspondían con lo que yo llevaba varias semanas diciéndoles: que ascenderíamos. Así que mi respuesta era, para grandes y pequeños, que tranquilos, que hasta el rabo todo es toro y Ferrer seguro que tendría un as en su manga. El entrenador del Córdoba es un hombre que trasmite serenidad, de mirada inteligente parece estar leyendo mas allá que los demás mortales. Eran ya las postrimerías del partido y su expresión no había cambiado ni un ápice. Seguro que escondía algo. ¿Un cambio mágico, una jugada preparada? Lo que sea, pero que por favor tuviera un as en la manga. Así, en mi insensata confianza, tranquilizaba a los que me rodeaban con ese sonsonete que ya era a modo de un karma. Así concluyó el tiempo y a mi alrededor notaba las miradas en las que el escepticismo se había tornado en conmiseración. Por mi mente pasaban intensos recuerdos, como la dolorosa goleada de nuestra eliminatoria con el Deportivo B o la impotencia ante el Valladolid, en la anterior liguilla de ascenso, pero pronto recuperaba el aliento con momentos milagrosos como el del penalti de Cádiz, que evitó nuestro descenso. Mentalmente quise convencerme de que el Madrid había resuelto su final en el descuento pero también se me agotaba ese argumento porque aquí solo teníamos 3. Eran instantes que se iban disolviendo lentamente, mientras recordaba aquella fresca mañana en el Puente Romano, los niños con su vela y los turistas mirándonos con ojos de estar contemplando un estereotipo. Y fue entonces cuando me di cuenta de mi error. Ferrer era humano y esto no era un tema de hombres sino de seres omnipotentes. Y sucedió. El arcángel levantó sus alas, sobrevoló por el campo y detuvo el reloj del tiempo. Fueron solo 10 minutos, los justos para que la lucidez impregnara a nuestros jugadores. Ya todo fue fácil. Varios toques y la resolución de un menudo mejicano, que estaba allí porque un ángel volando lo depositó en el lugar justo. Córdoba estallaba de emoción, con risas, gritos y ojos que se humedecían. Como un vértigo pasaba por nuestra mente todo lo que habíamos vivido día a día, mes a mes, temporada tras temporada.Yo estaba equivocado. Ferrer no tenía ningún as, sino que fue el arcángel, que, cuando aquella mañana vio los ojos de ilusión de Borja y Carmen, hizo su equipaje y sin esperar a la foto salió volando a las islas. Durante su vuelo iba pensando, no os preocupéis cordobeses, tengo un as en la manga.

* Director científico del Imibic,

Catedrático y Jefe de Servicio de Medicina Interna Hospital Universitario Reina Sofía Universidad de Córdoba