pHAMBRE

nDía internacional por laerradicación de la pobreza N

***Manuel Díaz Sánchez

***Pastoral Obrera; Manos

***Unidas; Acción Católica

***Córdoba

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Nuestro mundo está necesitado de esperanza, de la luz de Cristo y de personas que encarnen el proyecto de humanización y de vida que Jesucristo nos ofrece.

La conmemoración del día 17 de octubre como Día Internacional por la Erradicación de la Pobreza se convierte para la Iglesia en un acontecimiento privilegiado para dicha conversión al Señor desde los empobrecidos. La realidad de tantas personas excluidas y en situación de vulnerabilidad social, de hombres y de mujeres sin trabajo o con un empleo tan precario que siguen bajos los umbrales de pobreza, de niños y jóvenes sin vida propia y sin futuro, de familias que han agotado la ayuda o prestación social, de desahucios de primeras viviendas, de recortes en recursos públicos para atender las necesidades de las personas, de inmigrantes a los que se les niegan derechos fundamentales, de barriadas ignoradas donde se almacenan y ocultan a las familias más excluidas- nos muestran el reto que la fe nos presenta para configurar, desde Jesucristo, una vida personal y social de corazón y ojos abiertos ante ese sufrimiento.

Para la Iglesia tanto dolor nos hace discernir sobre los valores, los modos de vida y de organización social que se han ido configurando y generalizando en nuestra sociedad. Una cultura construida de espaldas al proyecto de humanización que Jesucristo nos ofrece. Y una organización social basada en la acumulación de riqueza y en la búsqueda del máximo beneficio como motor social, en la codicia e inmoralidad de muchas personas e instituciones, en una absolutización de la propiedad sin reconocer su hipoteca social y el destino universal de los bienes, una organización económica, política y social construida como si Dios no existiera.

Los empobrecidos, fruto siempre de la injusticia, han de ser en estos momentos la máxima prioridad económica, política y social. Porque en la tarea de erradicar la pobreza está en juego nuestra humanidad y nuestra identidad cristiana.

Ellos, sus familias, son el mismo Jesucristo que reclama un cambio en nuestra vida. Todos estamos llamados a vivir la caridad como expresión del amor y de la justicia. Y esta realidad nos ha de seguir comprometiendo en ayudar a tantas personas y familias necesitadas --como viene haciendo Caritas en el ámbito nacional o Manos Unidas en el internacional--.

Pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar, como cristianos, la dimensión política y estructural de tanta pobreza.

Hemos de comprometernos, también como dimensión de la caridad, para que la sociedad se organice de manera justa y coloque a las personas en el centro de la misma.