"Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos", nos decía César Vallejo. "Y yo te digo: cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo", subrayaba también en sus versos el poeta. Son los versos que me vienen al alma, querido Rafael --Rafael Gil Caballero, hinojoseño a carta cabal, amigo de verdad y pariente cercano--, cuando acabas de decirnos adiós y tu silueta se nos marchaba a las alturas, envuelta en los aleluyas de la resurrección. Fueron tantos y tan hermosos tus destellos que no es fácil recogerlos en unas líneas, aunque todos quedan resumidos en dos trazos urgentes: "Un hombre de bien, que procuró sembrar el bien en el corazón de sus miles de alumnos, a lo largo de tantos años de enseñanza". A Rafael le conocí siempre joven, acaso porque se aprendió una de las ocurrencias de Camilo José Cela, quien solía decir que "los que hemos sido jóvenes, lo somos para toda la vida". Forjó su juventud en el idealismo, la alimentó en una apasionante vocación literaria --su biblioteca será, din duda, una de las mejores que existen en Hinojosa del Duque--, y la desarrolló en el sano realismo de la vida cotidiana y en el yunque de una profesión docente que tuvo escenarios tan distintos como las clases en el Seminario carmelita hinojoseño, en los años 50-60, y posteriormente, en el Instituto Jerez y Caballero, de la localidad. Intelectual con sentido crítico, creyente y practicante, fue siempre un hombre abierto a las corrientes sociales, buen catador de gentes, respetado y respetuoso con todo el mundo, tocado por el don poético de la palabra amable y diáfana en medio de la oscuridad, y una sonrisa abierta a la esperanza en medio de las zozobras. Cultivó la amistad y la sembró espléndidamente en el corazón de sus compañeros, de sus alumnos, de sus paisanos. Gracias, querido Rafael. Y un abrazo a Teodora, tu esposa.

* Sacerdote y periodista