Un joven. Unos 15 años. Un amanecer de domingo. Viene... No sé de dónde viene. Cabizbajo, con el paso indeciso, vacía la mirada. Sí sé que el alcohol lo lleva. Los árboles muestran los brotes del incipiente abril. ¿Tendrá abriles ese joven? Sucios los zapatos, desordenado el pelo, descompuesta la camisa, imagino de qué profundidades de la noche regresará, qué nuevas oscuridades habrá aprendido de la vida, qué nuevo trozo de inocencia habrá perdido; adónde irá, a qué casa en silencio, a qué cama fría, sin querer pensar por no querer mirar al futuro.

Lo veo alejarse. Las calles están solas, con esa soledad que es la resaca con la que termina para ese joven, y tantos y tantas, la noche del sábado. Esa soledad que a media tarde será pura melancolía, como si el tiempo no tuviese esperanza. ¿Cuánto tardará esa cabeza en despejarse las brumas de la noche? Alcohol, tabaco, yerba... ¿Más?... ¿Qué recuerdos se le habrán quedado para siempre? Lunes, martes, miércoles... ¿Y de nuevo a ese descenso a la oscuridad? El, desde sus 15 años, ya solo mira al suelo por no perder el equilibrio y por no ver el horizonte hacia el que camina.

En la ciudad la mañana se va abriendo gris. Será de nuevo otro día lluvioso. El joven lo pasará intentando aturdirse en un sueño sin vida. ¿Le dará tiempo a saborear los versos del poeta: "Juventud, divino tesoro...". ¿Tendrá la oportunidad de vivir su esplendor en la hierba? O tal vez esos años pasen como un sueño que despertará en una pesadilla.