El autobús utilizado por el cronista en su recorrido cuotidiano podría bautizarse como el de la ruta del dolor --una más, entre las innumerables a lo largo del planeta--, al coincidir sus principales estaciones con las clínicas y establecimientos galénicos y asistenciales más importantes de la ciudad. Por fortuna, es también la línea de algunos de sus centros lúdicos más conocidos, con clubes, discotecas y demás lugares de esparcimiento para la juventud, conformando un paisaje urbano pleno de contrastes y claroscuros: como la vida misma...

Cabeza o término, principio o fin de de la andadura del citado bus es un amplio edificio destinado a personas desvalidas de la tercera edad, dentro de una gama en la que queda poco espacio para el optimismo y, menos, para la esperanza: penumbras, sombras, noche, noche cerrada, ninguna aurora, ningún amanecer... Allí concluye el viaje que tres veces al día realiza una señora en los pródromos de la vejez con el objeto de asistir en sus comidas a un familiar. Durante un sexenio, a la fecha, en los doce meses del año de una capital de clima semi-continental no ha visto otro horizonte, sin vacaciones ni festividades. Algo, realmente, llamativo y prodigioso en la sociedad actual.

En su semblante se asienta la paz y, en las ocasiones en que el articulista le ha oído hablar con los pasajeros del autobús, alegría y un templado humorismo preside invariablemente sus conversaciones. De éstas ha podido extraer aquél --sólo indiciariamente-- que la referida mujer debe pertenecer a una asociación religiosa fundada por un benemérito sacerdote andaluz cuyo centenario se celebró el pasado 2011. Por supuesto, que gentes no vinculadas a congregaciones de dicho tipo e, incluso, alejadas de su campo, protagonizan actos de la generosidad desbordada de la mencionada señora; pero igualmente ha de reconocerse que, dentro de su singularidad, es más normal y frecuente hallarlas en las integradas en comunidades de la índole más arriba señaladas.

En todo caso, en su admirable ejemplo, el cronista quisiera, con la modesta medida que le es propia, tributar el más entusiasta y rendido exvoto de gratitud a todas las mujeres y hombres --menos...-- que, en urbes sin alma, consagran, sin ser médicos ni enfermeros, su existencia con sencillez impactante, a disminuir las proporciones gigantescas y aterradoras del dolor, inmune e impasible a crisis y tártagos con fechas de caducidad más o menos dilatada.

La crisis que atravesamos sin apenas conciencia histórica quizá vuelva a dar al hombre y la mujer españoles --aunque el fenómeno, sin duda, sobrepasa nuestras fronteras-- la posición y vivencia del dolor perdidas en las últimas décadas, debido, entre otras razones, a la expansión ilimitada del hedonismo y a la sobrevaloración de los aspectos económicos de la existencia. Un compañero inseparable de ésta no merece el destierro implacable a que se ha visto sometido en años en que el poder y la sociedad, gobernantes y gobernados enmarcaban su actividad en un horizonte "felicitario", forzando, inútilmente, claro es, a la realidad a la adaptación de unos deseos adánicos y por entero utópicos. El largo trayecto en su autobús habitual permite al cronista meditar en la oportunidad ofrecida a las jóvenes generaciones de historiadores de ahondar en un tajo poco asistido de estudiosos. Uno de los más grandes de entre ellos, Lucien Febvre, señaló ha más de medio siglo atrás la necesidad de engolfarse en tan excitantes aguas. Por desgracia, este "combate por la historia" no se ha librado aún en la escala y con la intensidad exigidas por la trascendencia e importancia del tema. Acaso una de las consecuencias positivas de la crisis que nos remece sea la de seguir el buen consejo de uno de los dos fundadores de la escuela de los "Annales". En el urente estío de la ciudad andaluza en que emborronan estos renglones la imaginación exaltada produce sueños de este tipo...

* Catedrático