Por encima de la amistad no debería haber nada pero lo hay: la familia. Es muy difícil, dificilísimo, tener un amigo y es muy fácil, facilísimo, tener familia. Por ello, hay que cuidar más a la amistad que a la familia. El problema es cuando por mal de vínculos sanguíneos, dos amigos se encuentran en posiciones contrarias y tienen que verse forzados a suspender su amistad. Está claro que en estos casos un amigo no se olvida y se tiene presente pero el presente es para vivirlo no para tenerlo presente. Especialmente es complicado cuando estas dificultades vienen por enfrentamientos entre los hijos de ambos. A un hijo se quiere tanto que la amistad sale muy mal parada, hasta el punto que puede llegar la situación de que dos amigos, después de años de cariño y respeto, pierdan los papeles. Eso no debería ocurrir nunca porque, repito, la amistad tiene más mérito que ninguna otra relación humana. Cuando ocurren casos de estos y los dos se cruzan por la calle, la situación es muy triste porque ni siquiera saben disfrazar la mirada de soberbio orgullo de enemigo; ellos saben que están perdiendo días azules que deberían compartir. La amistad suspendida a veces no puede reanudarse porque el maldito tiempo lo domina todo. Yo conozco a dos amigos que estuvieron demasiados años sin relacionarse aun cuando el problema que los enfrentó y separó ha sido olvidado hasta por sus responsables. Ahora la vejez ha caído inapelable sobre todo en uno de ellos y físicamente es muy complicado darse una segunda oportunidad. Si tienes un amigo y te ha tocado una situación de estas que nada ni nadie te dilapide tu tesoro.

* Abogado