P oética espiritual desde la terraza . Así intitula su instantánea biográfica --apenas un centenar de páginas-- don Santiago Baena Jiménez, el cura cordobés de cuyas empresas evangélicas se ocupase el cronista ha ya un tiempo con motivo de un escrito misceláneo que el mismo coordinara con las buenas gentes, hombres y mujeres, de su parroquia de la Fuensanta de la urbe califal.

Texto de sencillez casi franciscana, proporciona recatada pero expresiva información tanto de los principales jalones del itinerario pastoral y administrativo --la Iglesia actual es también un gran organismo burocrático, a las veces, excesivamente mastodóntico y, por ende, de torpe andadura-- y de las opciones y gustos espirituales y estéticos de su autor, como, por último e igualmente, de los hábitos e ideas de la sociedad cordobesa en su recorrido por toda la segunda mitad de la centuria pasada. Con habilidad de escritor avezado, el sacerdote luqueño construye un relato trasversal en el que comparecen tanto la Andalucía profunda de los años cincuenta y sesenta --bella y tremente descripción del humilde, laborioso y digno hogar paterno, con progenitores que semejan arrancados de las comedias campesinas de Lope--, como la anhelante y creativa de las dos décadas ulteriores --diálogo vivo y honesto entre las comunidades cristianas llegadas a su Eldorado y núcleos carrillistas y anguitianos con decidida voluntad por cooperar a la materialización de algunas de las propuestas del "Sermón de la Montaña"-, y, finalmente, el desengaño de algunas de las ilusiones y promesas del adánico y hervoroso periodo de la Transición entre las jóvenes generaciones de un Sur que comenzaba a redimirse- Incomparable horizonte, desde luego, para observar la marcha de la comunidad cristiana tras un Concilio con cuyo espíritu y enseñanzas se encuentra plenificantemente identificado un sacerdote para el que el "amar es mi andar" (p. 33), con "fe que nadie por más podrá quitar" (p. 35).

Y, a fe, que en una colectividad especialmente estragada por las secuelas siempre pesarosas que dejan la tentación de riquezas y la atracción del poder en las instituciones más acendradas, no faltaron pruebas y envites a nuestro sacerdote --luz sobre el celemín de un pueblo en acelerado proceso de secularización-- para preservar incólume un proyecto de vida enraizado y sólo comprensible desde la óptica del Evangelio más descarnado y genuino. (¿Podría derivar de aquí, como parece creer el agudo epiloguista de su escrito --don Pedro Moreno Corpas-- el encendido elogio que él se hace del famoso y controvertido prelado catalán Pedro Casaldáguila, obispo de Mato Grosso, en Brasil, por una pluma a mil leguas de cualquier posición radical). En medio de un paisaje en ocasiones no excesivamente edificante, remecido por caídas y desmayos --conmovedora alusión a los muchos compañeros del Seminario de San Pelagio a los que las tormentas postconciliares hicieron desertar, muchas veces con excruciante dolor, de su compromiso inicial--, el testimonio de Santiago Baena Jiménez, ahincado y modesto pastor de almas en un tiempo de eclipses y claudicaciones, se recorta como estimulante ejemplo de consecuencia y entrega a la misión quizá más elevada y ardua a la que pueden entregarse los seres ardidos de fraternidad y compasión.

* Catedrático