El domingo 20 leí en este diario dos artículos de opinión con dos posturas un tanto divergentes. Uno se titulaba Ayuntamiento y religión y el otro Las raíces cristianas de las fiestas . En el primero se tachaba de intolerable el "papel del Ayuntamiento en la potenciación de las tradiciones religiosas" y en el segundo se defendían las raíces cristianas de nuestra cultura, haciendo también crítica mención a que "una pequeña clase dirigente quiere borrar toda huella cristiana en nuestras fiestas populares".

Puede parecer extraño, ya que califico su posición como divergente, pero podría manifestar que, tras una reflexión con el intento de aproximarme a sus autores, ninguno de los dos artículos era descabellado.

Si hacemos un recorrido histórico de las tradiciones podremos ver que la mayoría, y no me refiero solo a las nuestras, han tenido una trayectoria mutante a lo largo del tiempo. Fiestas paganas romanas que mutaron a fiestas cristianas con la expansión del cristianismo, fiestas cristianas que fueron reconvertidas en celebraciones laicas en el auge del comunismo, fiestas mestizas cristiano-paganas adaptadas en lugares que fueron colonizados o destino de tráfico de esclavos, y un sinfín de ejemplos sobre los que es fácil documentarse. Resultará curioso comprobar la cantidad de casos de persistencia en el tiempo de una misma tradición con motivaciones, escenarios y circunstancias dispares. En definitiva, es complicado afirmar cuál es la raíz o el sentido de la tradición. Cada cual se suele quedar con el trozo histórico o simbólico que se ciñe se sus convicciones.

Lo único que esto demuestra es que la cultura se sustenta en los valores y símbolos compartidos por sus intérpretes para con ello poder dotar de sentido su mundo y hacerlo comprensible. Y el caso es que en el transcurso del tiempo los valores igual se mantienen, que son sustituidos o cambian y nunca de la misma forma para el conjunto de la sociedad.

¿Es mas real un significado laico de las tradiciones que uno religioso, o viceversa?, evidentemente no, puesto que ambos son consecuentes con los valores que rigen al individuo que les otorga ese significado concreto.

Pero parece ser por los artículos mencionados, que el problema estriba en la postura que deben tomar los dirigentes al respecto y creo que este punto adolece de un enfoque que no posiciona correctamente a dirigentes y tradición. Debe quedar claro que la sociedad es, o debería ser siempre, soberana en su tradición y que los dirigentes solo deben allanar la vías para su desarrollo. No es de arriba a abajo como se le da sentido a las tradiciones, sino de abajo a arriba. Las tradiciones, como modo de expresión cultural, son manifestadas por la sociedad espontáneamente de un modo natural, conforme a sus valores y partiendo de un sustrato que forma parte de su memoria colectiva aunque, lógicamente, la sociedad no tiene porqué ser homogénea en todos los aspectos. Por tanto, no es de los dirigentes de quien depende imponer o apagar un determinado sentimiento o una manifestación concreta de la tradición y, por otro lado, aunque es cierto que los dirigentes democráticos son elegidos por la voluntad popular mayoritaria y están obligados a intentar cumplir las promesas hechas a sus votantes, también lo es que, en el ejercicio de su designación, deben ser sensibles a reforzar el respeto y los puntos de cohesión de la totalidad de sus gobernados por encima de controversias sectoriales.

Ahora estamos en Feria y, como dice el antropólogo y profesor sevillano Isidoro Moreno definiendo las tradiciones, puede haber perdido sus formas ancestrales y la funcionalidad que la motivó pero no la voluntad colectiva de festejarla. Para unos será la Feria de Mayo, para otros la Feria de Nuestra Señora de la Salud, pero para el conjunto de los cordobeses no deja de ser nuestra tradicional Feria a la que año tras año damos continuidad.

* Antropólogo