Lo que más me gusta de Esperanza Aguirre es que no es política, es la antítesis de Rosa Aguilar, valga el ejemplo ya que estamos en Córdoba. Y lo bueno de Esperanza es que no siendo política se dedica a la política. Y esto en España es lo mejor que nos puede pasar, pues aquí la máxima para ser político, salvando siempre los casos honrosos es, a saber: "Prometer hasta meter; y una vez metido olvidarse de lo prometido". Y Esperanza no es así. No es que prometa o deje de prometer, sino que antes de esto consuma el paso previo a la promesa: decir las cosas claras. Y luego, una vez dichas que cada palo aguante su vela: nada mejor para que cada uno tenga en cuenta su propia responsabilidad una vez conocida la verdad. Y es esta, y si me apura, la verdades del barquero las que Esperanza Aguirre lanza cada vez que se tercia con la elegancia, la agilidad y el atino de un florete. Y pasa lo que pasa, esto es, touché. O sea, que nos toca con sus palabras directamente en la conciencia, bueno, el que la tenga. Y en esa conciencia que es la democrática, la que ha forjado la historia reciente de nuestro país, está el sistema de autonomías. Y es sobre este sobre el que Esparanza Aguirre aclaró las ideas teniendo en cuenta lo que nos cuesta o nos viene costando a todos los españoles por obra y gracia de las duplicidades competenciales.

Y así dijo que en los albores de nuestra democracia el sistema de autonomías se estableció como paliativo del independentismo vasco y catalán, entre otros. Y en esas estamos y seguimos estando. Por tanto, el sistema autonómico no ha sido una flor natural que viene a exornar el paisaje, sino una flor de plástico para el pedazo de jarrón chino independentista.

Y ha llegado la hora de que alguien, sin querer queriendo le dé un empujoncito al jarrón y lo haga mil pedazo y ese alguien ha de ser Rajoy: la esperanza del sistema autonómico.

* Publicista