Francis Fukuyama acertó con el título de su libro publicado en 1992, El fin de la Historia , pero se equivocó en el contenido del libro, al creer que la historia de la humanidad había ya llegado a su fin al entrar en un paraíso terrenal que duraría hasta el fin de los tiempos: el Estado democrático liberal capitalista. La crisis actual que azota a los que han implantado este sistema, sin embargo, parece contradecir claramente su optimista profecía, mostrando signos que apuntan, mejor, al principio del fin de la historia de este mismo liberal capitalismo y de la filosofía y valores que lo sustentan. Se culpa de la crisis a los mercados, a los sistemas financieros, a las burbujas inmobiliarias, a la irresponsabilidad de los consumidores que quisieron vivir más allá de sus posibilidades, sin admitir que todo estos factores no son más que meros síntomas de las contradicciones internas de un sistema incompatible, precisamente, con el desarrollo de la historia de la humanidad. El sistema liberal capitalista ha creado en sus entrañas un monstruo que lo destruye, al exigir continuamente ser alimentado con más y más bienes de consumo, lo que exige más producción que sólo se consigue con más trabajo. Pero esta sacrosanta tríada de trabajo, producción y consumo tiene unos límites naturales imposibles de sobrepasar.

Hoy todo el mundo quiere trabajar para ganar dinero y poder consumir; hombres y mujeres de todas las edades, desde los jóvenes que abandonan los estudios para ganar unos dinerillos hasta los mayores que han retrasado su jubilación, todos quieren trabajar ocho horas diarias, seis días a la semana, pero frente a ellos se enfrentan los poderosos titanes de la mecanización del campo, la informatización de los servicios y la robotización de la industria cuya única función es, precisamente, reducir los puestos de trabajo. Ya en 1996, Jeremy Rifkin en su libro El fin del trabajo , desmontó la falsa utopía capitalista de Fukuyama, mostrando cómo las máquinas inteligentes iban sustituyendo a los seres humanos, aumentado constantemente el número de parados. El mercado de trabajo del mundo desarrollado está llegando a un punto de saturación en el que cada vez será más difícil crear nuevos puestos de trabajo para todos los que los soliciten. El trabajo se está convirtiendo en un bien escaso que hay que distribuir equitativamente, y esto sólo se conseguirá siguiendo la misma pauta que se ha seguido en el pasado: reduciendo la jornada y la semana laboral y aumentando la media jornada de trabajo, con una reducción, por igual, tanto de salarios como de beneficios empresariales, que lleve a un nivel de vida más austero, pero más humano.

El nivel de consumo de los países ricos también está llegando a un nivel de saturación. Por mucho, por ejemplo, que se coma, hay un límite a lo que las poblaciones del mundo desarrollado pueden digerir, de ahí, el despilfarro y las miles de toneladas de comida que se pierden cada día; hay un límite al número de coches que se pueden tener, de ahí el caos circulatorio y el aire irrespirable de nuestras ciudades; un límite al número de electrodomésticos y muebles que caben en una casa, de ahí la absurda política de usar y tirar; y un límite al número de viviendas que se pueden habitar, de ahí la burbuja inmobiliaria cuando se construyen más viviendas de las que se pueden usar. Nuestro consumo irresponsable pone en peligro el mismo limitado planeta tierra.

Finalmente, el mismo año del libro de Fukuyama, el Club de Roma ya nos advertía de los Límites del Crecimiento. Esta fiebre consumista lleva necesariamente a una superproducción, y el mundo desarrollado, no pudiendo consumir todo lo que produce, tiene, necesariamente, que buscar fuera alguien que se lo compre, lo que significa que el capitalismo sólo puede sobrevivir si hay pueblos que le compren sus productos y, para ello, los ricos sólo pueden ayudar a los otros países a desarrollarse hasta el nivel de consumo, pero jamás hasta un nivel de producción que los haga autosuficientes, lo que contradice a la actual globalización.

La crisis actual de Europa no es una crisis económica, es el principio del fin de la historia del capitalismo tal como hasta ahora lo hemos entendido.

Quizás haya llegado el momento de abandonar el inhumano pensamiento único liberal al servicio del capital, para poder descubrir nuevos senderos que lleven a una economía al servicio del hombre.

*Profesor