Cuando el erudito decimonónico don Teodomiro Ramírez de Arellano y Gutiérrez tituló Paseos por Córdoba su magno, socorrido y siempre vigente libro sobre la ciudad que le vio nacer ya estaba dando una pista acerca de las posibilidades que Córdoba brinda para pasearla a través de sus quince capítulos, cada uno de ellos descriptivo de un barrio. Pocos años más tarde, en La feria de los discretos , Pío Baroja nos pasea también por Córdoba de la mano del travieso protagonista Quintín. Una novela que aconsejo releer a pie de calle para comprobar cómo algunos de los paisajes urbanos que pinta el escritor vasco no han cambiado en el siglo y pico transcurrido desde que se publicase en 1905.

Muchas formas hay de pasear por el casco antiguo de Córdoba como fuente de conocimiento de la ciudad en la que tenemos el privilegio de vivir. Se puede hacer en solitario, recreándose en cada monumento, rincón o detalle sin que nadie perturbe el ensimismamiento. Julio Anguita confesó que cuando tenía que adoptar grandes decisiones políticas se sumergía paseando en la noche cordobesa. Pero lo habitual es hacerlo en compañía, como cuando la paseamos con familiares o amigos forasteros para mostrarles sus bellezas y entresijos. Cuando el recordado Miguel Salcedo Hierro fue concejal de Cultura por los años sesenta/setenta puso en marcha las Rondas poéticas por las plazas, unos paseos líricos en los que preclaros poetas desgranaban sus versos encendidos de amor a la ciudad. Y en las últimas décadas los Amigos de los Museos de Córdoba hemos desarrollado gratos paseos matutinos, entre los que ahora recuerdo los que discurrían por los triunfos, las mansiones solariegas, la nueva arquitectura, la estatuaria urbana o las huellas gongorinas, guiados por amenos especialistas que convertían muchas mañanas de domingo en agradables y aristotélicos paseos --pues paseando enseñaba Aristóteles-- que se prolongaban en gratas tertulias junto a una cerveza. A título más personal, uno de mis mayores placeres como paseante viene siendo mostrar la ciudad a mis nietos, que con pocos años ya sabían identificar las estatuas de San Rafael o gustan aún de su-mergirse en la luz del Patio de los Naranjos, donde fantasean haciendo barquitos con las hojas desprendidas de los naranjos, que depositan en las acequias para que el agua las desplace despacito.

Recientemente ha habido rutas arqueológicas paseadas, bautizadas con nombres como Ana María Vicent, Samuel de los Santos o Rafael Castejón, en su homenaje. Y el propio Consorcio de Turismo, que con Federico Rodríguez al frente tanto contribuye a mejorar e impulsar los recursos y la imagen turística de la ciudad, ha puesto en el mapa sus Paseos por Córdoba, sus Noches de embrujo y variantes especializadas como las Córdobas de Séneca o de Manolete. El propio Ayuntamiento oferta a colectivos vecinales y escolares paseos por Córdoba y su Biblioteca Central anima a documentar los paseos con su fondo de libros locales. Sin olvidar que cuando enseñan Córdoba a los forasteros los guías profesionales de turismo no hacen otra cosa que paseos explicados. Sí, en Córdoba se practican los paseos por una ciudad hecha a la medida de las personas más que de los vehículos.

Pues bien, inscritos en esa tradición de los paseos culturales, el pasado fin de semana Córdoba su sumó con ocho propuestas tan sugestivas como variadas al movimiento universal Los paseos de Jane --urbanista canadiense impulsora del disfrute peatonal de las calles--, promovidos por las asociaciones Colaborativa y A Pata (¿no sería más preciso llamarla A Pie?), que despertaron el interés de muchos cordobeses pese a que el tiempo lluvioso obligó el sábado a protegerse bajo los paraguas, lo que no desalentó a los participantes. Y es que hay ganas de conocer Córdoba, ahora que la peatonalización va facilitando pasearla sin temor a ser atropellado, como se pone de manifiesto en el poderoso eje que discurre desde la Calahorra hasta el final de la calle Cruz Conde, objeto de uno de los paseos del domingo, sabiamente guiado por los arquitectos Juan Cuenca, Pedro Caro y Rosa Lara. Una gozada. Más de cien personas acudimos al pie de la Calahorra, el punto de partida, a contracorriente de la riada humana que, descargada por los autobuses turísticos en la avenida de Fray Albino, invadían el llamado Puente Romano, dispuestos a sumergirse en la Córdoba, por fin soleada, de los patios, la Mezquita y el buen yantar. ¡Qué lujo de ciudad!

* Periodista