La economía atraviesa por un momento en el que la incertidumbre ha sido sustituida por la desesperanza y ésta, si nadie la remedia, dará paso al miedo. Y el miedo, no se olvide, paraliza.

Desde que en 2007 comenzaron a mostrarse los primeros síntomas de la crisis, visiblemente expuestos en 2008 y acrecentado en años posteriores hasta niveles impensables antes de que estallase la burbuja inmobiliaria, el consumo ha experimentado una contracción sin precedentes.

Tras siete trimestres de crecimiento, precedidos de otros siete de signo negativo, el PIB volvió a bajar en el cuarto trimestre de 2011 (tres décimas) en relación con el anterior, primer paso para la recesión que se formalizó el lunes pasado al conocerse un nuevo decrecimiento en los tres primeros meses de 2012 (otras cuatro décimas).

Y todo esto, caída y avance en virtud del consumo familiar, el que más afecta a la economía de las personas y a la actividad comercial de nuestras empresas, autónomos y emprendedores.

Los datos no invitan al optimismo. El consumo familiar se contrajo al final del año anterior un 1,1 por ciento en la tasa interanual y el consumo de los hogares cayó cuatro décimas en los tres primeros meses de este año como consecuencia del deterioro del mercado de trabajo, la caída de la riqueza de las familias y la entrada en vigor de la subida del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas, según el análisis del Banco de España.

El panorama no tiene motivo para cambiar. La desesperanza es una constante de unas familias mientras que en otras es el recelo. En el primero de los casos por una realidad contundente: el desempleo ha entrado de lleno en muchos núcleos familiares. En el segundo por el temor a que situaciones futuras, sin saber si incluso inminentes, van a llevarles a la misma situación.

No hay perspectiva de cambio porque las medidas acertadas en el ámbito económico no tienen la repercusión positiva inmediata que todos deseamos y porque de las que se han tomado que han sido negativas cuesta mucho recuperarse.

Si bien la reforma laboral es un instrumento positivo para la futura creación de empleo, la actividad no se recuperará mientras que el sistema financiero no retome su papel de elemento esencial, hoy día imprescindible, en el desarrollo económico. Hasta que no haya crédito para las familias y para las empresas, la actividad de nuestra economía será el abanico en el que se ha convertido en los últimos catorce trimestres: me cierro siete, me abro siete, pero comienzo a volver a cerrarme. Todo ello viendo caer empresas y perder puestos de trabajo.

Hemos de considerar que las medidas que está tomando el Gobierno de España son necesarias, en esencia, y que han de complementarse con otras de activación de la economía (el tan aludido crédito, por ejemplo). Al mismo tiempo, es preciso abogar por no cercenar a priori ninguna iniciativa ni posibilidad que pueda permitir un crecimiento de la actividad y una mejora del consumo, con la consiguiente traslación a la economía real, a la diaria, a la que genera actividad y mantiene vivas nuestras calles y plazas.

Por ello no se puede demonizar ninguna opción posible en el arco parlamentario andaluz, sin permitirle aportar sus soluciones, que como la mejor doctrina económica pone de manifiesto, no son nunca, las tome quien las tome, ni únicas ni unívocas.

Al igual que no parece asumible que sólo se piense en recortar a casi todos los sectores sociales sin dar alternativa alguna al consumo.

Ahora hace un año se aprobó la Ley de Economía Sostenible, que venía a ser el colofón de una serie de medidas adoptadas en los tres ejercicios anteriores con la intención de recuperar la situación económica española. Se trataba, decía en el preámbulo, de un "nuevo paso en la modernización de la economía española" y que respondía "al reto de reforzar los elementos más sólidos y estables de nuestro modelo productivo".

La Ley de Economía Sostenible modificó más de medio centenar de normas legales, la mayoría de ellas con rango de Ley (probablemente el mayor cambio legislativo hecho de golpe desde que se aprobó la Constitución), para "incentivar y acelerar el desarrollo de una economía más competitiva, más innovadora, capaz tanto de renovar los sectores productivos tradicionales como de abrirse decididamente a las nuevas actividades demandantes de empleos estables y de calidad".

De toda esta grandilocuente declaración, y de todo lo hecho después por unos y por otros (con independencia de su presumible buena intención), la realidad que nos queda, muy en concreto al comercio de cercanía, se puede concretar en una imagen real que puede verse desde hace unos días en un Centro Comercial Abierto de la ciudad de Córdoba. En el mismo local donde hace poco había un establecimiento que comercializaba energías limpias hoy existe una tienda de chucherías que se presenta bajo la denominación de "Alimentación Chen".

Todo un mensaje de hacia dónde nos llevan si alguien no lo remedia.

* Presidente de "Comercio Córdoba"